jueves, 26 de mayo de 2011

ADORACION PERPETUA PARROQUIA EL SALVADOR CAPILLA DE ADORACION PERPETUA SAN MIGUEL ARCANGEL

HOY SE ANOTARON 444 
CORAZONES ADORADORES

UN GRACIAS Y MUCHAS BENDICIONES PARA 
BEATRIZ Y LAURA NUESTRAS  MISIONERAS



CON GOZO ANUNCIAMOS QUE HOY NACE EL PROYECTO 
DE LA CAPILLA DE ADORACION PERPETUA 
SAN MIGUEL ARCANGEL
DE LA PARROQUIA EL SALVADOR Y LA PARROQUIA DEL CARMEN
DECANATO III ARQUIDIOCESIS DE TUCUMAN


UNA HORA DE ADORACION PERPETUA PUEDE MAS CONTRUYENDO …
QUE LA BOMBA NUCLEAR DESTRUYENDO


VOS ELEGIS LA VIDA O LA MUERTE 
PARA TUS HIJOS


SEA JESUS EN EL SANTISIMO SACRAMENTO DEL ALTAR



miércoles, 18 de mayo de 2011

CARITAS PARROQUIA EL SALVADOR

CARITAS PARROQUIA EL SALVADOR
 
 
La Colecta Anual de Cáritas tendrá lugar en todo el país el próximo sábado 11 y domingo 12 de junio, bajo el lema Pobreza Cero, compromiso de todos.

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martes, 17 de mayo de 2011

EL DISCERNIMIENTO


P. CARLOS ALDUNATE, S.J.



El discernimiento
2a Edición
ABRIL 1994
Colección BÚSQUEDA



EL discernimiento
Discernir significa separar para elegir: discernimos lo bueno de lo malo, para quedamos con lo bueno, como nos indica san Pablo: "Examínenlo todo, para retener lo bueno; absténganse de toda especie de mal" (1 Tes 5, 21-22).
Pero discernimos también entre cosas buenas, para retener lo que Dios quiere de nosotros: por ejemplo, un joven deberá discernir el rumbo que dará a su vida. Quizás tenga por delante varias posibilidades, todas buenas. ¿Cuál es la voluntad de Dios para él? O una dueña de casa, que es invitada por su párroco para que se responsabilice de una actividad parroquial, deberá pedir luces de Dios para discernir cuál es su voluntad. Esta nueva responsabilidad fuera de su casa, ¿estorbará quizás los deberes para con su marido e hijos?
En el lenguaje del discernimiento, la experiencia de un llamado a lo que de hecho es la voluntad de Dios se atribuye al "espíritu bueno". Es una moción del Espíritu Santo, una acción de él en nosotros. También podemos hablar del "ángel bueno".
La experiencia de una atracción a lo que es contrario a la voluntad de Dios, se llama "espíritu malo", "ángel malo" o simplemente "demonio", aunque la atracción sea hacia algo óptimo, si se considera en sí mismo. Por ejemplo: hacer más oración, dedicarse al apostolado, dar todos los bienes a los pobres, partir a lejanas tierras para evangelizar... Todas estas acciones son excelentes en sí mismas, pero si no son lo que Dios me pide a mí en las circunstancias concretas de mi vida, debo deducir que no son sugeridas por el espíritu bueno, sino por un espíritu malo; en último término, por el demonio, que es el "padre de la mentira".
Jesús nos dice que hemos de andar en la luz; y que para ver la luz debemos tener "bueno" el ojo. Con el ojo bueno "todo el cuerpo" está rodeado de luz y sabemos dónde pisar; cuando está "malo" el ojo, estamos rodeados de tinieblas y no vemos el camino.
Pero puede suceder que "la luz que nos rodea sea tinieblas" para nosotros. Entonces estamos engañados por apariencias de bien (véase Le 11, 33-36).
Por esto escribe san Juan: "Amados hermanos, no confíen en todo espíritu, sino prueben los espíritus para ver si son de Dios" (1 Jn 4, 1). Esto es discernir.
En este libro hemos reunido varios escritos sobre el discernimiento. Los trabajos seleccionados de O'Connor, de Scaramelli y de Gubernaire tratan del mismo tema, pero desde puntos de vista diferentes. De esta manera sus aportes se complementan y enriquecen este tema del discernimiento.
O'Connor toma las grandes líneas de las enseñanzas bíblicas; es la visión amplia de la lucha entre el bien y el mal, con las características de lo que viene auténticamente de Dios.
Scaramelli ha recogido de las Escrituras los rasgos del ángel bueno y los rasgos de la acción del maligno. La ordenación de estos rasgos ofrece una caracterización que es fácil de emplear para ejercer en sí mismo y en los demás el discernimiento de espíritus.
Gubernaire presenta el discernimiento ignaciano y su ejercicio en la vida. Las reglas de san Ignacio están fundadas en la experiencia personal del mismo santo y de la experiencia recogida en conducción de otros.
He terminado con una aplicación práctica tomada de las mismas reglas de san Ignacio. Ahí se hacen aprovechables los tesoros de sabiduría cristiana contenidos en el libro de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio El "arte" del discernimiento no sustituye la luz de Dios. Siempre será necesario pedir esa luz para usar acertadamente las reglas de discernimiento. Pero el uso de estas reglas es orientador para el cristiano que busca para sí y para el que aconseja o acompaña a otros.
Este arte de discernimiento es también una disposición, de nuestra parte, para que el Espíritu Santo actúe en nosotros con el carisma de discernimiento. En este caso, pasamos más allá de un arte, o lo que parece un reconocimiento instintivo de lo que viene de Dios y de lo que viene del maligno.
Pero ese reconocimiento es directo e infalible porque es Dios mismo quien nos comunica su luz; es Dios mismo quien nos guía a través de su Espíritu, el Espíritu Santo que "guía hacia toda la verdad" (Jn 16,13). En esta parte ya no hay reglas ni indicaciones; pero el cristiano puede hacerse disponible para recibir este carisma. La mejor preparación es el deseo y la oración para acertar siempre en la voluntad de Dios.



Discernimiento de espíritus
Extracto de los artículos publicados en NEW COVENANT, abril, mayo y junio de 1975; por Fr. Edward O'Connor, C.S.C.


El discernimiento de espíritus se ejerce para determinar si las inspiraciones que recibimos tienen su origen en Dios, en nosotros mismos o en Satanás. Cristo prometió su espíritu, un consejero que nos enseñaría e iluminaría. Dentro de su plan estaba el guiarnos personalmente como un padre amante, para que cada uno encontrara su camino dentro de él. Esto lo hace a través de impulsos e inspiraciones que pone dentro de nosotros el espíritu que nos habita. Sin embargo, no siempre sabemos con certeza si una inspiración recibida proviene realmente de Dios. Muchas veces el espíritu del mal nos confunde y llega hasta a imitar las inspiraciones de Dios. Por eso san Juan nos advierte: "Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios" (1 Jn 4, 1).

Esto es lo que hace el discernimiento.
1. INSPIRACIONES ORDINARIAS Y CARISMATICAS
Con respecto a las inspiraciones que recibimos, las hay ordinarias y carismáticas. Las primeras surgen dentro de nosotros en forma muy similar a nuestras inclinaciones naturales; son simplemente impulsos para hacer o dejar de hacer algo. Las podemos distinguir de nuestros impulsos naturales porque van envueltas en un sentimiento de delicado amor proveniente del Espíritu Santo. Las inspiraciones carismáticas son, por el contrario, experimentadas como impulsos provenientes de fuera de nosotros.
Pueden consistir en visiones, palabras o en ideas que surgen de pronto sin causa especial. A veces son simplemente impulsos a hacer algo, a hablar con alguien desconocido o ir a un lugar insólito.
Como las inspiraciones ordinarias y carismáticas son a veces difíciles de distinguir unas de otras, ya que hay muchos grados intermedios, se hace imposible determinar con seguridad de qué tipo son las inspiraciones mencionadas en la Escritura. Cuando leemos que Dios habló a Abraham, ¿debemos entender que recibió un mensaje?, ¿o simplemente que tuvo un impulso interior que sintió que venía de Dios?
Aunque sea difícil determinar con precisión cuándo una inspiración es ordinaria y cuándo es carismática, es bueno intentar distinguirlas ya que la actitud a tomar en cada caso es diferente.
Las inspiraciones carismáticas son las más extraordinarias y las menos frecuentes. También son las más peligrosas ya que Satanás puede imitarlas; él puede darnos visiones y mensajes que nos confunden. Siempre que tengamos una inspiración de este tipo será necesario ejercer discernimiento sobre ella.
En cambio no hay nada de espectacular en las inspiraciones ordinarias, que son simples impulsos amorosos dentro de nosotros que nos da el Espíritu para iluminarnos, fortalecernos y guiarnos. Por lo mismo son menos peligrosas y a la vez más deseables. Constituyen la forma ordinaria de relación entre Dios y las personas que están cercanas a él y buscan su voluntad, por lo que sólo pueden ser recibidas por los que viven en estrecho contacto con él. El principal problema que nos presenta este tipo de inspiraciones es distinguirlas de los impulsos surgidos de nuestra afectividad natural
Incluso los más grandes santos pasan por períodos de dolorosas dudas acerca de lo que el Señor les está pidiendo. Esto es parte de nuestra vida en la tierra y nos sirve para descansar cada vez más en el Señor.
Voy a agrupar estos criterios en dos bloques: criterios objetivos y criterios subjetivos.
Los criterios objetivos están constituidos, por un lado, por la Palabra que Dios nos ha dejado a través de Cristo y de la Iglesia, y, por otro lado, por los deberes y responsabilidades propios del estado de vida.
Dios no nos guía exclusivamente por inspiraciones personales. El ha hablado públicamente a través de hombres inspirados y, sobre todo, a través de su Hijo Jesucristo. Por lo tanto, los preceptos que ellos nos han dejado forman una especie de marco dentro del cual debemos vivir nuestra vida cristiana. El que una inspiración sea contraria a estas enseñanzas nos está indicando de partida que ella no proviene de Dios.
Si tenemos dudas acerca del modo de interpretar alguna enseñanza de la Escritura, podemos, además de examinarla personalmente, consultar con personas calificadas y, muy en especial, con nuestra comunidad.
La comunidad cristiana más importante es la Iglesia. Ella nos proporciona una orientación segura en cuanto al sentido de la enseñanza de Cristo cuando se pronuncia solemnemente respecto de algún punto de nuestra fe. Del mismo modo, algunas tradiciones, que son mantenidas firmemente por la Iglesia a través de los años, tienen el carácter de juicios de la comunidad con un gran peso de autoridad.
También los deberes de estado constituyen criterios muy valiosos de discernimiento. Dios no nos pedirá nunca nada que esté en contra de nuestras opciones fundamentales de vida y nos impulsará a obedecer a las personas que tienen autoridad sobre nosotros, librándonos así de hacer opciones egoístas o subjetivas.
Cuando digo que las inspiraciones ordinarias son más divinas y preciosas, no quiero significar que las carismáticas estén destinadas exclusivamente a personas que están alejadas de Dios, aunque muchas veces éste es el caso.
Dios usa de uno u otro tipo de inspiraciones según su plan. Es probable que envíe inspiraciones carismáticas cuando se necesitan instrucciones muy precisas para llevar a cabo una misión especial. A propósito de ello, tenemos muchos ejemplos en la Escritura (Hech 16, 6.9).
Lo importante es que estemos siempre abiertos a la acción de Dios dentro de nosotros sabiendo que las inspiraciones ordinarias son la manera normal de actuar del Espíritu de Amor. Toda la perfección de una vida cristiana consiste en poder llegar a una capacidad de escuchar y a una docilidad tan grande al Espíritu, que no necesite de medios extraordinarios para conducirnos. A medida que una persona se acerca a Dios, estas inspiraciones ordinarias se convierten en una atmósfera que envuelve la vida entera. No necesita "consultar" al Señor en cada caso particular, ya que vive continuamente en atención amorosa a su voluntad. Sin embargo, no hay nadie que, en algunas circunstancias de su vida, no tenga que hacer un ejercicio activo y voluntario de discernimiento antes de tomar una decisión.

2. CRITERIOS DE DISCERNIMIENTO
Existen algunos criterios que nos pueden ayudar a descubrir si una inspiración recibida es o no de Dios. No son, sin embargo, recetas que nos entreguen respuestas automáticamente, ya que permanecerán algunas oscuridades que nos obligarán muchas veces a tomar decisiones sin contar con una certeza absoluta, confiados en que nuestro Padre, viendo nuestra buena intención, no permitirá que equivoquemos el camino

Así, la prontitud para obedecer a una autoridad legítima suele ser una de las señales más seguras de que se está guiado por el Espíritu de Dios. Sin embargo, si lo que se ordena es un pecado, no se debe obedecer. Los mártires nos dan un ejemplo: prefirieron morir antes que pecar.
Además, si lo que se ordena intranquiliza profundamente a quien busca con sinceridad la voluntad de Dios, el asunto debe examinarse con más detención. Se debe buscar consejo y orar para discernir con mayor claridad. Como indicaron Pedro y Juan a las autoridades judías, no es justo obedecer a los hombres cuando Dios está claramente indicando un camino contrario a lo que ellos ordenan (véase Hech 4, 19).
Es verdad que en las vidas de los santos encontramos llamados que reciben la oposición de la autoridad y que requieren de decisiones a veces muy dolorosas. Sin embargo, el Espíritu Santo inspira en general a obedecer, y la prontitud en hacerlo es uno de los signos de que alguien está realmente dejándose guiar por él.
El que una inspiración se conforme a los criterios objetivos señalados no significa que ella venga de Dios. Tenemos que completar el discernimiento mediante criterios subjetivos. Los más importantes entre éstos son la paz, el amor, el gozo y la humildad.
El criterio más seguro parece ser la paz. Cuando nos estamos moviendo de acuerdo a la voluntad de Dios hay una profunda paz dentro de nuestros corazones. En cambio cuando estamos fuera de ella, persisten en nosotros el desasosiego y una sensación de frustración. La causa de esto es que la paz es el resultado de un orden correcto, y el estar de acuerdo con el plan de Dios establece este orden fundamental.
Otro signo subjetivo es el amor. Lo que proviene de Dios está, en último término, impulsado por el amor. Cuando nos sentimos llamados a hacer algo que nos significará enfrentamiento con alguien, debemos detenernos a examinar si es el amor el que nos mueve a algún impulso surgido de nuestra imperfección.
El gozo es otra señal de que estamos en la voluntad de Dios. A veces, después de haber tomado una decisión, experimentamos un delicado gozo interior que nos da seguridad de haber elegido bien.
Esta es una señal que nos permite distinguir muchas veces la verdadera santidad de la falsa, ya que, en una vida cristiana auténtica, el gozo estará siempre presente aun en medio del sufrimiento.
Un cuarto signo es la humildad, virtud absolutamente necesaria para acercarnos a Dios y poder ser usados por él. Así, si tenemos una inspiración que nos llevará a mayor humildad, a desaparecer ante los hombres antes que a destacarnos, hay base para pensar que viene de Dios. Todas las veces que nos sintamos inspirados a acercarnos a personas importantes o famosas o a llamar la atención sobre nosotros mismos, debemos tener cuidado.
Cuando Dios llama a personas a ocupar cargos destacados, les da la gracia necesaria para mantenerse en humildad.
La paz, el amor, el gozo y la humildad que vienen de Dios son muy diferentes de los que provienen de causas humanas y, a medida que una persona va profundizando su vida en el Espíritu, se hace más capaz de usar estos criterios subjetivos de discernimiento que, en cualquier obra de Dios, aparecerán juntos. Por ejemplo, si experimentamos un gran gozo acompañado de inquietud, podemos inferir que no es un gozo del Señor.
Por último, quiero señalar la importancia de conocernos bien para poder detectar cuándo una inspiración es del Señor, ya que hay en nosotros ciertas características de temperamento y ciertos defectos que nos inducen continuamente a tomar actitudes determinadas.
Al tener una inspiración, conviene examinar si concuerda con los impulsos que generalmente tenemos y muchas veces nos daremos cuenta de que viene de Dios porque nos lleva a hacer algo completamente desacostumbrado en nosotros.
Tomando en cuenta los criterios señalados podemos confiar en que descubriremos lo que el Señor quiere de nosotros y en que el Espíritu se encargará de mostrarnos caminos que naturalmente no veríamos o rechazaríamos.

3. DISPOSICIÓN PREVIA
Más importante que uno u otro criterio, es la disposición con que nos abocamos a hacer discernimiento. Hay tres actividades previas, que son básicas: sin ellas no reconoceremos la acción del Espíritu Santo en nosotros.
La primera es conformidad con la voluntad de Dios. Nuestra voluntad tiene que estar sometida a la de él. Lo que más impide un recto discernimiento es nuestra voluntad que está empeñada en algo que Dios no quiere. Somos ingeniosos para persuadirnos de que Dios quiere lo que nosotros ya queremos. Entonces somos ciegos y sordos a la inspiración de Dios.
La segunda actitud básica es el recogimiento. Cuando el alma está agitada con muchas preocupaciones, no puede percibir la acción suave del Espíritu. Es necesario recogerse, ponerse en la presencia de Dios, para que la paz de él nos serene. Entonces nos aquietamos como un lago en que la más leve brisa se hace manifiesta en la superficie del agua.
La tercera actitud básica es la disposición de esperar el momento del Señor. La impetuosidad por seguir nuestros impulsos es uno de los más grandes obstáculos para ser guiados por el Señor; también es una señal de que el impulso no viene de él.
Dios no nos presiona con violencia; invita suavemente y nos guía; de modo que necesitamos orar frecuentemente y esperar para estar seguros de que es él quien nos llama. Cuando estamos en su camino, nuestra actividad es apacible, sin apuros; lo que nos hace sensibles a los tiempos que él nos indica, y a las maneras de proceder: sin brusquedades ni durezas con nuestros hermanos. La prepotencia, la violencia, la impaciencia, la irreflexión, la ausencia de oración, indican que no nos está guiando el Espíritu Santo. La inspiración inicial fue quizás de él, pero hemos perdido el contacto con él y podemos estar bajo el influjo de nuestros impulsos, o aun del espíritu del mal.
Esperar las indicaciones del Señor no significa postergar lo que él nos está pidiendo. La cobardía y la flojera de seguir la inspiración divina nos dejan tristes, porque nos hemos separado de Dios, de alguna manera. En este caso, debemos pedir perdón y nuevas fuerzas. El nos pondrá de nuevo en el buen camino.
Característica de los espíritus
Extracto de J. B. Scaramelli, Le Discernement des Esprits, París, 1910


La palabra "espíritus" se aplica a muchas realidades, muy diversas. Aquí entendemos por "espíritus" un impulso, un movimiento o una inclinación interior de nuestra alma hacia alguna cosa que (en la línea del entendimiento) es verdadera o falsa y (en la línea de la voluntad), es buena o mala. Así, si alguien está inclinado a mentir, decimos que él tiene el espíritu de mentira; si está inclinado interiormente a mortificar su cuerpo, decimos que tiene el espíritu de penitencia. En este sentido Jesús reprendió a Santiago y a Juan cuando querían hacer descender fuego del cielo para castigar a los samaritanos. Jesús les dijo: "Ustedes no saben de qué espíritu son" (Lc. 9, 55). Y san Pablo escribía: "nosotros no hemos recibido espíritu de este mundo, sino el Espíritu que viene de Dios" (1 Cor 2, 12).
Según su origen, los espíritus pueden reducirse a tres: el Espíritu Divino, el espíritu diabólico y el espíritu humano. San Bernardo dice que no es fácil distinguir entre los movimientos interiores que vienen de la naturaleza humana y los que vienen del demonio. Y luego añade que no importa distinguirlos porque ambos tienden al mal.
Hasta aquí he dado el nombre de "espíritu" a los movimientos interiores que nos inclinan al bien o al mal; pero también se llaman "espíritus buenos" o "espíritus malos" a los orígenes de los movimientos. Así, hablamos de Dios y de los ángeles como "espíritus buenos"; y llamamos al demonio "espíritu malo".

Discernimiento de espíritus
El discernimiento consiste en detectar el origen de los movimientos interiores que nos inclinan al bien o al mal.
Hay también un discernimiento-carisma, el cual es un don del Espíritu Santo para reconocer los orígenes de los movimientos interiores del alma.
Hay un discernimiento-virtud, que se adquiere con la experiencia y la reflexión. Consiste en un juicio prudente sobre el origen de las inclinaciones que siente el hombre. Al discernimiento-virtud pertenece reconocer los espíritus por las características que presenta. Para este objetivo ayudarán las observaciones siguientes:
I. Los caracteres del espíritu divino en el orden de las ideas
1. El espíritu divino siempre enseña la verdad; no puede inspirar la falsedad ni el error: "Yo les enviaré el Espíritu de Verdad que proviene del Padre" (Jn 15, 26); "El Espíritu de Verdad los guiará a ustedes hasta toda la verdad" (Jn 16, 13).
2. El espíritu divino jamás sugiere a nuestra mente cosas inútiles, infructuosas, vanas e impertinentes. Dice la escritura: "Aquí estoy contra los profetas -oráculo del Señor- que profetizan sueños engañosos... y extravían a mi pueblo con sus mentiras y jactancias" (Jer 23, 32). "Tienen visiones ilusorias y hacen predicciones engañosas esos que andan diciendo: "Oráculo del Señor", sin que el Señor los haya enviado" (Ez 13, 6).
3. El espíritu divino siempre trae luz a nuestras mentes, porque "Dios es Luz, y no hay en él tinieblas" (1 Jn 1, 5); "La Palabra era la Luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre" (Jn 1, 9); "Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12).
4. El espíritu divino aporta docilidad a la inteligencia, es decir, disposición para aprender de parte de otros. Así leemos: "El Señor me abrió mi oído, y no me resistí ni me volví atrás" (Is 50, 5). "El que te instruye no se ocultará más... Tus oídos escucharán detrás de ti una palabra: éste es el camino, síganlo, aunque se hayan desviado a la derecha o a la izquierda" (Is 30, 20-21).
5. El espíritu divino hace discreto el entendimiento para proceder con prudencia y acierto en las dificultades de cada día. La sabiduría "enseña la templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza y nada es más útil que esto para los hombres en la vida" (Sab. 8, 7).
6. El espíritu divino infunde pensamientos de humildad. Esto lo vemos en Moisés que exclama: "Perdóname Señor, yo nunca he sido una persona elocuente... yo soy torpe para hablar" (Ex 4, 10); Jeremías dice: "¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar porque soy demasiado joven" (Jer 1,5); Isaías se humilla: "Soy un hombre de labios impuros" (Is 6, 4); y la Virgen María: "He aquí la esclava del Señor" (Lc. 1, 38).
II. Caracteres del espíritu malo en el orden de las ideas
1. Es un espíritu de falsedad. El demonio no tiene nada que ver con la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando miente habla conforme a lo que es, porque es mentiroso y padre de la mentira (Jn 8, 44); "Su táctica no debe sorprendernos, porque el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz" (2 Cor 11, 14).
2. Sugiere cosas inútiles, ligeras e impertinentes. Cuando el demonio no logara insinuar la falsedad, procura fomentar los pensamientos inútiles. "Jesús dijo: ...les aseguro que en el día del juicio, los hombres rendirán cuenta de toda palabra vana que hayan pronunciado" (Mt 12, 32). Y por Ezequiel nos dice Dios: "¿No es verdad que ustedes tienen visiones ilusorias y hacen predicciones engañosas cuando dicen: "Oráculo del Señor" sin que yo haya hablado?" (Éz 13, 7).
3. Persigue al alma con tinieblas, inquietudes, escrúpulos y perplejidades penosas; el resultado es oscuridad. Así "los paganos se dejan llevar por la frivolidad de sus pensamientos y tienen la mente oscurecida" (Ef 4, 17-18). Y Jesús advirtió: "Ten cuidado de que la luz que te guía no sea en realidad tinieblas" (Lc. 11, 35).
4. Lleva a obstinación, al rechazo de la palabra de Dios. Jesús reprende la dureza de los fariseos: "ustedes no pueden escuchar mi palabra porque quieren cumplir los deseos del padre de ustedes que es el demonio" (Jn 8, 43-44).
5. Lleva a la indiscreción y a los excesos. Jesús reprende esto con sus palabras: "ustedes pagan el diezmo de la menta, del aneto y del comino, mientras que descuidan la rectitud, la misericordia y la fidelidad... ¡Guías ciegos, que filtran el mosquito y se tragan el camello! (Mt 23, 23-24).
6. Infunde siempre pensamientos de vanidad y de orgullo, aun en medio de las acciones virtuosas y santas. Jesús dice de los fariseos: "aman los primeros asientos en las comidas y las primeras sillas en las sinagogas. Quieren ser saludados en las plazas, y honrados con el trato de maestros" (Mt 23; 6-7).
III. Caracteres del espíritu divino en el orden de los impulsos y de los actos de la voluntad
1. Infusión en el alma de un estado de paz. Jesús dice: "Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo" (Jn 14, 27).
2. Infunde una humildad no afectada, sino sincera. Jesús nos dice: "Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11, 29). San Pablo escribe: "Fruto del Espíritu es... mansedumbre (o humildad)" (Gal 5, 22-23).
3. Una firme confianza en Dios y una santa desconfianza en sí mismo. Jesús nos exhorta: "Confíen; yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33); "Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado" (Mt 9, 22). Pero, por otra parte, en la parábola del fariseo y del publicano, reprende a los que "confiaban en sí mismos como justos" y alaba a los que, desconfiando de sí mismos, ponen toda su confianza en Dios (Lc. 18, 9-14).
4. Una voluntad dócil y fácil para doblegarse y ceder a lo que viene de Dios, directamente o en los consejos de otros. Así Jesús aprueba a los que serán "dóciles para ser enseñados por Dios" (Jn 6, 45); y dice a los apóstoles: "El que a ustedes oye, a mí me oye, y el que a ustedes rechaza, a mí me rechaza" (Lc. 10, 16).
5. La rectitud de intención en el obrar. Jesús dice: "cuando tu ojo es simple (cuando buscas únicamente la voluntad de Dios), entonces todo tu cuerpo está iluminado" (Lc. 11, 34).
6. La paciencia en los dolores y penas. "Fruto del Espíritu es el amor... la paciencia" (Gal 5, 22); y el apóstol exhorta: "como elegidos de Dios... practiquen la paciencia" (Col 3, 12).
7. La mortificación voluntaria de las inclinaciones desordenadas. Jesús nos dice: "Si alguno quiere venir en pos de mí, renuncie a sí mismo, cargue con su cruz y sígame" (Mt 16, 24). San Pablo confirma lo mismo: "Los que pertenecen a Cristo Jesús, han crucificado sus pasiones y sus malos deseos" (Gal 5, 24).
8. La sinceridad, veracidad y simplicidad. Así leemos "Cuando ustedes digan 'sí', que sea sí, y cuando digan 'no' que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del demonio" (Mt 5, 37); "Renuncien a la mentira y digan siempre la verdad a su prójimo, ya que todos somos miembros, los unos de los otros" (Ef 4, 25).
9. La libertad de espíritu. Porque... "donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad" (2 Cor 3, 17). Esta libertad consiste en estar libre del demonio y de los vicios, ya que "todo el que peca es esclavo del pecado" (Jn 8, 34).
10. El deseo de la imitación de Cristo. "El que no tiene el Espíritu de Cristo, no puede ser de Cristo... En efecto, a los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos hermanos" (Rom 8, 9.29).
11. Una caridad "paciente, servicial, desinteresada", como la describe san Pablo (1 Cor 13, 4-6).
IV. Caracteres del espíritu malo en el orden de los impulsos y de los actos de la voluntad
1. Inquietud, turbación y confusión. "Obras de la carne son... enemistades... discordias... envidias" (Gal 5, 19-21). "Éramos esclavos de los malos deseos y de toda clase de concupiscencias" (Tit 3, 3); "El diablo es mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44).
2. Un orgullo manifiesto o una falsa humildad. La verdadera humildad está llena de luz sobrenatural que hace conocer claramente los pecados propios, pero con paz y confianza en Dios; en cambio, la falsa humildad disimula los pecados, o bien, los hace ver con amargura, turbación, depresión. San Pablo escribe que, apartados de Dios, los hombres se vuelven "insolentes, arrogantes, vanidosos,... rebeldes, insensatos, desleales, insensibles, despiadados" (Rom 1, 30).
3. La desesperación o la desconfianza o la vana seguridad, pero no la verdadera confianza en Dios. Así Jesús le advirtió a los apóstoles que Satanás pretendía atacarlos (Le 22, 31), pero Pedro presume de sí: "aunque todos te abandonen, yo no te abandonaré jamás... Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré" (Mt 26, 33-35)
4. La obstinación para no obedecer a las autoridades legítimas, ni ser sincero con ellas. Por esto el salmista exhorta: "no endurezcan ustedes su corazón, como en el tiempo de la Rebeldía, día de la Tentación en el desierto" (Sal 95, 8; Heb 3, 8).
5. La mala intención aun en las obras aparentemente buenas. Jesús reprende este vicio: "¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera la copa y el plato, mientras que por dentro están llenos de codicia y desenfreno!... ¡Ay de ustedes... que parecen sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, pero dentro llenos de huesos muertos y de podredumbre!" (Mt 23, 25-27).
6. La impaciencia frente a los sufrimientos; el descontrolante los obstáculos y contradicciones. Véase la conducta de Saúl que no puede sufrir la popularidad de David: 1 Sam 18-19.
7. La excitación de las pasiones, como la envidia de Caín, la voluptuosidad en Salomón, la codicia de los bienes ajenos en Acab (Gen 4, 2-10; 1 Rey 11, 3-10; 21, 1-16).
8. La doblez, el engaño, la mentira. Como enseña Jesús: "el demonio fue homicida desde el comienzo, y no tiene nada que ver con la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando miente, habla conforme a lo que es, porque es mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44).
9. Las servidumbres y apegos que atan la libertad. Jesús dice: "les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado" (Jn 8, 34). Jesús desata a la mujer encorvada que "Satanás tuvo aprisionada durante dieciocho años" (Le 13, 16).
10. El alejamiento de Jesucristo, la indiferencia hacia él, la autosuficiencia. "El alejamiento de su Señor es el comienzo del orgullo en el hombre" (Sir 10, 12); y el orgullo es el pecado típico de Satanás. A él se aplican las palabras de rebelión: "no serviré" y "pondré mi trono en la altura... Me haré como el Altísimo" (Jer 2, 20; Is 14, 13-14).
11. El falso celo por el bien de los demás. Este celo está lleno de impaciencia, de desprecio y de orgullo. Así fue el celo de Saulo: "respiraba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor", e "iba de casa en casa y arrastraba a los hombres y mujeres, llevándolos a la cárcel" (Hech9,l;8, 3).
V. Algunos espíritus sospechosos
Estos espíritus tienen toda la apariencia de bien, pero pueden ser malos. Hay que examinarlos con cuidado. Los principales son:
1. El espíritu que, después de la elección de un estado de vida, anhela otro estado. El apóstol escribe: "que cada uno permanezca en el estado en que se encontraba cuando Dios lo llamó" (1 Cor 7, 20). Débanse examinar las razones que mueven a un cambio de estado, en lugar de un mejor servicio de Dios en el estado en que se está.
2. El espíritu que lleva a cosas desacostumbradas, singulares y que no son propias de su estado. Débase examinar cómo se cumplen, ante todo, los deberes de estado.
3. El espíritu que, en el ejercicio de las virtudes, anhela cosas extraordinarias. Débanse examinar su amor y abnegación en el servicio ordinario de los demás.
4. El espíritu de grandes penitencias exteriores. Débanse examinar su mortificación interior, su sencillez y humildad.
5. El espíritu que busca consolaciones espirituales sensibles. Débanse examinar la corrección de los defectos habituales y la fidelidad en cumplir la voluntad de Dios, aun cuando no hay consolaciones sensibles.
6. El espíritu de gracias extraordinarias: revelaciones, visiones, palabras oídas de Dios, tactos en el cuerpo, estigmas. Débanse examinar la sencillez, humildad, abnegación en el servicio de los demás, obediencia a sus superiores y directores espirituales.

Una vida guiada por el Espíritu
Extracto de Jeán Gouvernaire, s. j. Mener sa vie selon l'Esprit, Supplement a Vie Chrétienne, 1977
"Todos los que están animados por el Espíritu, son hijos de Dios" (Rom 8, 14).

INTRODUCCIÓN
¿Qué inspiraciones guían nuestras vidas? ¿Vienen éstas de Dios? ¿Son el lenguaje de su Espíritu? O bien, ' ¿voces punzantes y seductoras que nos arrastran hacia alguna ilusión para embotar nuestras fuerzas vivas, las cuales deberían estar sólo al servicio del Reino? En este esfuerzo que hacemos para ver claro dentro de nosotros mismos: Se trata de ejercitarnos en el "discernimiento" de movimientos espirituales, no para complacernos o inquietarnos con un trabajo de análisis psicológico, sino para sometemos con confianza e inteligencia a la acción de Dios que viene a separar la luz de las tinieblas dentro de nosotros.

1. DISCERNIR DONDE SOPLA EL ESPÍRITU

Flujo y Reflujo
Diversos movimientos y estados de alma se suceden en nosotros. ¿Qué importancia tienen en nuestra vida espiritual y apostólica? Sus variaciones son más o menos rápidas, más o menos amplias, según los momentos de la vida, los acontecimientos, el temperamento de cada uno; se encuentran almas accidentadas como montañas, otras con verdaderas llanuras. De todos modos cambia el paisaje. Ya estamos como llevados a comprender, ya a encerrarnos en nosotros mismos. En tal circunstancia nos sentimos, aun vivimos con vehemencia, antes de caer de plano. Nos estimulan pensamientos, nos paralizan temores indefinidamente...
¿Cómo reconocer, en este flujo y reflujo, las corrientes que nos llevan hacia Dios, a fin de utilizarlas, y las que nos arrastran a la deriva, a fin de librarnos de ellas?

Influencias diversas
Los movimientos que surgen en nosotros no son los productos más puros de nuestra tierra: estamos como sembrados en el medio en que vivimos. Aun más, estos movimientos no son únicamente el resultado de influencias naturales: los "ángeles", nos dice la Escritura, pueden influir en nosotros; no hay tabiques impermeables en la oración. Pero es difícil precisar cómo actúa esta influencia. No tenemos, en efecto, salvo casos excepcionales, el medio de trazar una línea de demarcación entre lo que viene de nuestro fondo y lo que viene de los espíritus buenos o malos. Todas las influencias, celestiales y terrenas, se entremezclan en nosotros con nuestras reacciones conscientes o inconscientes, con nuestras buenas o malas disposiciones. Tenemos que tomarlo todo en bloque. Y ante nuestros impulsos, nuestras alegrías o tristezas, ante nuestro caminar, nuestra paz, nuestras repugnancias o nuestras inquietudes, basta preguntarnos si estos movimientos corresponden al designio que Dios realiza en el mundo, o al designio de aquél a quien la Escritura llama adversario

Cómo discernirlas: No es fácil saber si se responde a los designios del Señor o si uno se enreda con las sutilezas que hacen la alegría del maligno. Por ejemplo:
-Acabo de pasar un día con mis amigos. Me mostré bromista, lleno de chispa. Y ahora, de regreso a casa, me siento vacío, disgustado. Nada me interesa. ¿Por qué? ¿Es la soledad o signo de que en mi actitud con los demás algo que no fue justo? Saber, para no volver a empezar.
-Como consecuencia de mi pecado tengo miedo de Dios. Rezo más que nunca, y, a pesar del deseo de reconciliación, no llego a encontrar el sentido del perdón. Estoy abrumado por el sentimiento de mi indignidad, sin poder rehacerme. Este estado ¿es una contrición que Dios imprime en mí o una tentación de desaliento para impedirme volver de nuevo a vivir con Dios?
-Llevo muchos años ayudando activamente en la parroquia, lo que me realiza. Ahora me sugieren presentarme como delegado del gremio en mi trabajo. Estoy confundido y experimento sentimientos encontrados. Si acepto ser delegado no tendría tiempo para dedicar en mi parroquia lo que me piden y siento temor de que la acción socio-política me comerá. Si rechazo ser delegado tampoco me quedo en paz. Es como actuar por comodidad y desde una religiosidad que no asume al mundo y al compromiso concreto laical. ¿Qué es lo que me pide el Señor? ¿Cómo discernir lo que experimento?
En todos estos episodios, en el desarrollo indefinido de nuestros pensamientos y de nuestros sentimientos no se trata en absoluto de analizar una y otra vez nuestros estados interiores, de lanzarnos a una introspección que llevaría exactamente al resultado inverso del que queremos. Muy luego estaríamos enredados en nuestro universo interior en vez de caminar hacia Dios y de trabajar en sus obras. Por consiguiente, nada de repliegue sobre sí mismo. Simplemente ajustamos nuestra marcha.

El criterio básico
¿Cómo reconocer si vamos en el mismo sentido en que Dios trabaja? La respuesta se desprende inmediatamente de nuestro conocimiento de los designios de Dios: DIOS NOS AMA; Dios quiere reconciliarnos por Cristo para que participemos de su vida. Esta verdad que fundamenta todo optimismo cristiano debe encontrarse en la base de todas las indicaciones que tendremos que dar. Dios me ama. Es decir, dónde debemos poner nuestra confianza y cómo todo temor paralizante es contrario al designio de Dios. Dios quiere llevarnos hacia sí. Cuando respondemos a su espera, El nos ayuda a progresar. ¡Sería contradictorio que nos pusiera obstáculos! Cuando nos apartamos de El por una vida de pecado, El nos inquieta interiormente a fin de volvernos a El. Todo aliado de Dios actúa de la misma manera. Al contrario, todo espíritu opuesto a Dios, ya sea el tentador, ya sea la mala parte de nosotros mismos, buscará contrariar a veces sutilmente -la obra de Dios. Esta táctica de los "partidos adversos", por llamarlos de algún modo, nos da un medio para discernir lo que sucede en nosotros.

Dos situaciones diametralmente opuestas:
O llevamos una vida de pecado o una vida dada a los demás por Dios:
Si aceptamos una vida de pecado, hundiéndonos voluntariamente en él, estamos tentados a adormecer nuestra conciencia, persuadirnos de que, después de todo, no tiene tanta importancia. Al mismo tiempo que ocultan los inconvenientes del pecado, dejamos deslumbrar la imaginación a tal punto que somos llevados aún más lejos en nuestra falta. Esta moción que nos arrastra más y más lejos de Dios, lleva el sello del "mal espíritu" (el nuestro o el del Maligno). ¿Por qué adherirse así al partido del maligno? Cuando el que va de pecado en pecado, se encuentra sacudido, en cierta manera, inquietado, turbado, y en fin, trabajado por un verdadero remordimiento que le hace tocar con el dedo su falta y que lo impulsa a volver a Dios, es entonces cuando debe seguir esta moción: es la de la gracia y del "buen espíritu", puesto que lo conduce a Dios. Cuando en un alma de real buena voluntad, persiste un remordimiento, o más generalmente un sentido de culpabilidad, del cual, a pesar de todos los exámenes del interesado no llega a captar la razón que lo abate y lo repliega sobre sí mismo, que no cede, aun después de haber recibido el perdón de Dios, entonces-hay que apartar este sentimiento como nefasto y sospechoso. No tiene el sello de la acción de Dios en un alma de buena voluntad, como lo veremos en seguida. Uno se encuentra ante un malestar de orden psicológico más bien que religioso.
Pero no es tanto el caso del pecado lo que nos interesa, cuanto la fidelidad hacia Dios. Cuando se pasa de un caso a otro, la táctica de los "partidos" se invierte. Es normal, puesto que el sujeto se adhiere al campo de Dios en vez de unirse al adversario. En esta marcha hacia Dios, ¿qué significado toman nuestros acontecimientos interiores? A pesar de nuestra voluntad sincera de desprendernos de nuestras faltas y de progresar, nuestros estados de alma no permanecen en una estabilidad inmutable. Íbamos alegremente en camino, y he aquí que la atmósfera se nubla, el desaliento se apodera de nosotros, una tristeza nos invade, un escrúpulo nos obsesiona, un temor; derrotados, dando vuelta alrededor de nosotros mismos perdemos nuestro tiempo y nuestras fuerzas en vez de emplearlas para el bien. ¿A quién alegrará esta confusión sino al adversario? O bien, nuestras dificultades de la vida empiezan a inflar desmesuradamente nuestra imaginación; o todavía, nuestras complicaciones sicológicas, ya paralizantes por sí mismas, invaden el dominio religioso, lanzándonos en lucubraciones deprimentes y estériles, en turbaciones, oscuridades, angustias frente a Dios o frente a nuestras debilidades. De lo que hay que estar seguros es que tales movimientos interiores, que nos abaten o nos paralizan, actúan a la inversa del trabajo de Dios. El los permite (más tarde veremos por qué), pero en todo caso, estas marchas hacia atrás y estos obstáculos son de un espíritu contrario al de Dios. Es preciso hacerles la contra, o al menos no ayudar en su dirección. Porque estos movimientos angustiosos, deprimentes, destructores de nosotros mismos, son muy del agrado del maligno, pero no de Dios.
La acción de Dios y de todo amigo de Dios se reconoce, por el contrario, en un efecto reconfortante, que nos hace progresar en el bien. Por eso, cuando sentimos en nosotros subir una ola de confianza que da deseos de realizar algo por Dios o por los demás; cuando sorteamos fácilmente los obstáculos, humillaciones y sacrificios hasta entonces temidos; cuando nuestro abandono en las manos del Señor disipa nuestros temores irracionales; cuando el esfuerzo espiritual se nos hace fácil, las penas livianas; cuando se resuelven nuestros enredos interiores; cuando nuestra mirada sobre el mundo se simplifica en Dios y se establece una paz activa y profunda, entonces podemos estar seguros que la gracia y el buen espíritu trabajan en nosotros. Porque lo propio de Dios y de todo aliado de Dios es dar valor, vigor, empuje, alegría, paz, inspiraciones que inducen a más y mejor amar y servir, aun en las dificultades de la vida. Las pruebas permanecen, las condiciones de la vida son duras; pero en este contexto que hemos dado, lo propio de todo lo que actúa en el sentido de Dios, es facilitar y fortificar nuestro camino, desprendernos de nuestros atollamientos y estagnaciones interiores, a fin de ayudarnos a ir hacia adelante en la práctica del bien.
Todos estos movimientos vivificantes hay que favorecerlos y alimentarlos; nos hacen trabajar en el mismo sentido de Dios, y dándonos alegría, esperanza, realismo y paz, crean, por añadidura, condiciones favorables al equilibrio del hombre total.

2. ALEGRÍA INTERIOR

Vitalidad espiritual: Nosotros .percibimos de inmediato nuestros estados físicos. Podemos contestar sin más y sin temor a equivocarnos a la pregunta: ¿Estoy "enfermo" o deprimido? Nuestra vitalidad está en el cuerpo, casi tanto como el latido de nuestras arterias, palpable.
Cuando se trata de nuestra vitalidad espiritual, es más fácil equivocarnos o hacernos ilusión. Una oración bien metódica, una actividad intensa al servicio de los demás, pueden ocultar una especie de anemia espiritual. Al contrario, completamente áridos, podemos no sentir absolutamente nada que nos mueva a la oración, y, sin embargo, estar vivos, como el árbol en el cual la savia se detiene en invierno y que renacerá al primer calor. Los mejores períodos, son evidentemente aquellos en que tenemos conciencia de que la vida circula en nosotros, despertando y llevando frutos. Entonces estamos reconfortados, tonificados, dispuestos a amar más y más y a trabajar con más aliento por el Señor. Estos períodos de vigor espiritual, son, pues, deseables. Es bueno aspirar a ellos, mantenerlos cuando nos son dados. Pero no están totalmente en nuestro poder. Ya en el dominio físico no depende solamente de nosotros estar "en forma"; con mayor razón, en el dominio espiritual, donde Dios es libre de dar sus dones y sabe mejor que nosotros en qué tiempo conviene concedérnoslos.
Estos períodos fructíferos son, pues, períodos de gracia. La ayuda del Señor se hace en ellos más perceptible; su asistencia, más notable. Pero entonces, si en estos períodos Dios nos conduce como de la mano, debe ser posible reconocer en ellos lo que Dios quiere de nosotros. Más adelante volveremos sobre esta búsqueda de la voluntad de Dios a partir de estos tiempos privilegiados.
Por el momento, a causa de las razones ya dichas -fecundidad de estos períodos, acción de Dios más perceptible, pero también posibilidad de ilusión- lo que importa es ver bien en qué consiste esta vitalidad espiritual, que es obra de la gracia. Esta vitalidad, este aliento, este vigor, este fortalecimiento es a menudo llamado -así, en los Ejercicios de san Ignacio- "consolación espiritual", pero en un sentido que desborda con mucho el sentido ordinario de consolación, porque hay en la "consolación espiritual" un estímulo, una vivificación y a menudo una alegría que va mucho más allá del simple "alivio de una pena".

Más fe, esperanza y caridad
¿En qué consiste esta vitalidad? La respuesta cabe en pocas palabras. El vigor del alma se mide por la caridad. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas. Esta caridad no es sentida forzosamente. Podemos no experimentar nada y, sin embargo, constatar en nosotros que hay una voluntad profunda de amar, y que esta voluntad se traduce en actos, en oración, aun áridas, en abnegación, tal vez, sin ningún atractivo. Aunque no experimentáramos ningún "sentimiento", somos fuertes, porque la caridad habita en nosotros.
Pero hay períodos más reconfortantes, en los que la caridad derrama su calor de vida, y de ellos queremos hablar. Como en ciertos días sentimos bullir la vida física, a veces sentimos en nosotros subir el agua viva del amor y naufragar nuestro egoísmo. Entonces halla eco en nosotros el canto del salmista: "Como el ciervo suspira por el agua viva, así mi alma languidece por ti, ¡oh Dios de vida!". Cuando el deseo de vivir para Dios adquiere este ardor capaz de pasar por encima, si es preciso, de las renuncias y sacrificios, no solamente estamos vivos, sino vivificados. Y el amor de los demás, ¿no es acaso signo de vitalidad? Es bien evidente que el Segundo Mandamiento no podría estar separado del primero: "El que no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve". Nuestra vitalidad se mide, pues, también por nuestro amor fraterno.
Nuestra vitalidad está hecha de este crecimiento de la caridad. Pero la caridad no avanza si no está acompañada de sus dos hermanos teologales: la fe y la esperanza. Crecen juntas. Por eso, cuando creemos más firmemente en Cristo, en la inhabitación divina en nosotros, en la santificación que nos viene por la Iglesia, o en toda otra verdad de nuestro cristianismo; cuando estas verdades se nos hacen más luminosas; cuando, por otra parte, crece en nosotros la confianza de que Dios no nos abandonará suceda lo que suceda, que El nos ayudará, y que en su bondad se revelará a nosotros en plena luz en el más allá de esta vida, entonces crecen nuestras fuerzas. Así, todo despertar de un poco más de fe, de esperanza o de caridad, anuncia un nuevo vigor. ¿No es acaso normal que estas "virtudes teologales", estas disposiciones profundas, actuantes, que nos hacen capaces de vivir en Dios -que nos proporcionan a Dios, si me atrevo a decirlo- constituyen, por su crecimiento, el primer elemento de nuestra vivificación, de nuestro "consuelo espiritual"?

Todo es Gracia
Esta vivificación puede surgir de cualquier parte, aun de nuestra miseria, cuando, habiendo reconocido nuestra falta, por un nuevo empuje de vida, nos volvemos a levantar: "Iré hacia mi Padre y le diré..."; aun desde la amargura de nuestro pecado, cuando Dios "saca de la dureza de nuestro corazón lágrimas de arrepentimiento". Puede nacer de la vista del mundo, que rechazando a Dios, va a la deriva. Del descubrimiento más luminoso del rostro de Cristo en los Evangelios o en nuestros hermanos. Del súbito deseo de que sean rendidos al Padre, por el Hijo en el Espíritu, todo honor y toda gloria. Finalmente, todo lo que desarrolla en nosotros el gusto de las realidades espirituales, es fuente de vigor.
Hay que notar un punto importante de nuestra vivificación y "consolación espiritual": el de nuestra visión del mundo; cuando lo profano se hace religioso. Cuando ya no puedo mirar el mundo como un pagano, en una ausencia absoluta de Dios. Cuando no puedo contentarme con amar todas las cosas, las montañas nevadas, el pájaro sacado del nido, cálido y tembloroso en la mano, una pintura, el sonido de un instrumento, y toda criatura sobre la faz de la tierra. Cuando no puedo contentarme con amar por un movimiento que va recto a ellas, a ras del mundo, por un corto-circuito de ellas a mí, que pone a Dios fuera de mi relación al mundo; cuando empiezo a comprender y a alegrarme de que todas estas mismas cosas son criaturas del Señor, que son signo de su presencia y de su amor; cuando ya no puedo verlas sino bañadas en esta transparencia; cuando empiezo a amarlo todo en Dios, y el pájaro y el sonido, y la pintura y mi hermano, y cuando yo quisiera amarlo todo a la vez con esta universalidad y esta ternura que Dios tiene por su creación: en este instante adquiero una gran fuerza para alabar a mi Creador y Señor y trabajar en el mundo en su obra admirable.

Paz y alegría, signos del Espíritu Santo
En los períodos más felices, nuestra vitalidad espiritual se desarrolla en la alegría y la paz (las que tienen un gran lugar en el Mensaje Evangélico). No se trata de cualquier alegría, ni de una simple euforia física porque el día está hermoso, o porque uno se siente bien; no es una alegría vulgar, ni siquiera una alegría estética del espíritu, sino una alegría que hace elevarse con el gusto de las cosas divinas. Es un contentamiento en el fondo del alma: se está contento de Dios, de estar con El, contento de renunciar al egoísmo o de ayudar a un amigo a salir de sus dificultades de fe, contento de trabajar en solidaridad con los demás, para una mayor justicia alrededor nuestro... ¡qué sé yo!... Todo movimiento espiritual puede hacerla surgir. Este contentamiento puede coexistir con un malestar físico, con un sufrimiento, con una prueba moral. Podemos estar contentos, y finalmente "consolados" de sufrir por Dios, por el prójimo. Pero hay momentos privilegiados, en que nada, ni en el cuerpo ni en el espíritu, viene a turbar el nacimiento de esta alegría. Ella puede, entonces, extenderse a todo el ser, estallar hacia afuera como en el pobrecito de Asís. ¿Por qué habríamos de sorprendernos? ¿Por qué nuestro ser, acogiendo con todo su deseo lo que será nuestra felicidad, no podría desde ya, en ciertas circunstancias estar penetrado de alegría? El gozo verdaderamente espiritual es signo de que Dios nos vivifica.
La paz, emparentada con el gozo, es también un tiempo de "consolación espiritual". No consiste en una ausencia de agitación exterior, en un embotamiento. Al contrario, es activa. No resulta solamente de un relax del cuerpo y del espíritu (lo que por otra parte, pueden favorecerla). Es la paz del alma. Aquella que el Cristo da y que el "mundo" no puede dar. Nace de nuestra conformidad profunda con Dios, del consentimiento a todo lo que El quiera de nosotros, de la armonía que se establece entre Dios y nosotros, cuando nuestras disposiciones vienen a ajustarse a su querer. Ella es el deseo que ya descansa en su objeto. La aguja orientada hacia el polo, se tranquiliza. ¿Cómo no va a suceder lo mismo en nosotros cuando estamos orientados hacia Aquél que nos atrae? Esta pacificación, este reposo que hallamos en nuestro Creador y Señor, es signo de que vamos por el camino de Dios. Tendremos que aprender tanto como sea posible, a no soltar la mano que nos conduce.

3. DESOLACIÓN ESPIRITUAL

Depresión y tinieblas
Los tiempos de desolación espiritual hacen contraste con los tiempos claros y vivificantes de que hemos hablado. ¿Altas y bajas presiones de nuestra atmósfera interior? Después de todo, la imagen no es tan mala, hace resaltar el carácter accidental de nuestras variaciones. La atmósfera, parte integrante de nuestro planeta, no transforma sino en superficie la tierra firme o las aguas profundas. Tan luego sus variaciones son favorables a la vida, como la destruyen; pero finalmente, la vida surge de todas partes. Así nuestras fluctuaciones interiores son parte de nosotros mismos; bajo sus remolinos subsiste un núcleo sólido: nuestra voluntad fundamental de ser de Dios y de amar a los hermanos. A través de estas alternativas, nuestra vida espiritual prosigue ya estimulada, ya embotada.
Depresión, decíamos, pero espiritual. Luego, un BAJÓN, un abatimiento, una depresión nerviosa no bastan para constituir una "desolación espiritual". Nuestro tono espiritual no puede ser dañado por estos malestares. Inversamente, un hastío espiritual aparece a veces en un estado psicológico satisfactorio -aunque hay que reconocer que las perturbaciones que nacen en un punto, repercutirán frecuentemente en otros niveles-. En todo caso, no llega a ser espiritual, sino cuando el dominio espiritual está alcanzado; cuando nuestras relaciones con Dios, nuestra fe, nuestra confianza en El, cuando nuestro amor por los demás se hallan perturbados. Es entonces cuando la depresión desorienta nuestro camino hacia Dios.
Nótese que esta "depresión espiritual" no es en sí misma una tentación, en el sentido de una incitación a hacer el mal. Directamente ella no puede proponer nada malo. Se podría decir que ella no es ni vida ni muerte; es una atmósfera enervante, en la cual uno correría el riesgo de la asfixia si se dejara llevar. Importa, pues, detectar su presencia y saber cómo reaccionar

Con rostros múltiples
La "desolación" es todo lo contrario de la "consolación". La "consolación" nos lleva a abrirnos a Dios y a los demás; nos eleva, ensancha nuestros horizontes, da ánimo y deseo de gastarnos por el prójimo. La "desolación" es una caída a tierra, una recaída sobre nosotros mismos; nuestras miras están entonces perturbadas; tienden a hacerse estrechas, cortas; no más anhelos, no más fervor en el don de sí mismo, una especie de atascamiento, de descorazonamiento que hace penosa la marcha. Todos los signos de la "consolación" deben ser invertidos: en vez de paz, turbación; en vez de alegría, tristeza... Felizmente no todos los elementos de una depresión se precipitan, a la vez, sobre nuestra cabeza. Puede haber un cielo nublado y no una tormenta. Los elementos de una "desolación" aparecen, a menudo, de una manera aislada, con más o menos intensidad, o bien se asocian y refuerzan mutuamente. De todos modos, cada uno basta para señalar que estamos en una zona, si no malsana, al menos desfavorable, de la cual es mejor salir -sin trastornarse- si la depresión dura más de lo que se quisiera.
Dibujamos en algunos rasgos las formas de la "depresión espiritual". Las variedades son infinitas. De un día para otro, como el cielo cambiante, no presenta la misma coloración.
OSCURIDAD: Ya no se sabe de qué lado avanzar. ¿Dónde está lo mejor? ¿Qué debo hacer? No hay respuesta. O bien la decisión que ayer, bien pensada, aparecía incontestablemente buena, se halla hoy día incierta. O aun, y más dolorosamente, la verdad misma de nuestra fe se ha oscurecido: las certezas, como pájaros caídos, yacen muertas; la noche es completa.
TRISTEZA DEPRIMENTE: Su origen es, a menudo, inalcanzable, o simplemente, banal: una separación, un asunto fallido, una torpeza cometida; pero es el impulso inicial, la onda gana todo el ser, y quedó abatido, sin resorte, indiferente ante Dios o los demás. O bien arrastró un mal humor difuso, y toda melancolía que lacera la vida espiritual.
FASCINACIÓN DE LAS CERTEZAS SENSIBLES: Nuestros pensamientos espirituales pierden su consistencia y su interés. Estamos sutilmente cautivados por lo temporal; lo sensible se hace opaco, de manera que nuestras miras se detienen en las cosas y en las personas, sin percibir la dimensión religiosa. La fuerza del espíritu evangélico es menos captada, y una inclinación interior nos lleva a no apoyarnos sino en las seguridades materiales y en los medios humanos. Estamos inclinados a poner nuestras seguridades en las realidades terrestres y tangibles, como el faraón en sus carros y en sus cabalgaduras. Así se llega por esta pendiente a reducir la vida cristiana a valores culturales y políticos. ¿Qué fue de la vitalidad de nuestra fe?
TURBACIONES E INQUIETUDES: De toda especie: escrúpulos, temores de no elegir lo mejor, miedo irracional de hundirse en la tentación, ansiedades, complicaciones indefinidas por preocuparnos de una humildad mal comprendida..., etc.
SEQUEDAD DE CORAZÓN: En la oración o en el apostolado. La voluntad de vivir para Dios permanece en el fondo del alma, pero todo sentimiento ha desaparecido. Ya no hay ni calor ni deseo. Parece que ya no se sabe lo que es amar a los demás. En nosotros una tierra árida. Una ausencia. Un vacío, tranquilo, tal vez; pero en una "desolación" más intensa, una náusea de las cosas espirituales, de la vida, de Dios mismo, hace subir en mí el deseo de no saber otra cosa que llorar mi soledad.
PERDIDA DE CONFIANZA O DE ESPERANZA: Ya sean casos benignos en los que ya no experimentamos el sostén de la presencia de Dios, o en que se insinúa una duda sobre su bondad; ya sea casos más agudos en los cuales llegamos a creernos separados de nuestro Creador y Señor, y tal vez en el paroxismo de la desolación, a creernos rechazados por El, al borde de la desesperación, aun cuando en lo más profundo del corazón permanezca una adhesión a Dios, como una roca en la tempestad, que enceguecidos, no logramos tocar.
Oscuridad, tristeza, turbación, fascinación de lo terrestre, frialdad, indigencia, o todo movimiento que venga a romper nuestra progresión, tal es la "desolación espiritual". Para resumir en algunas palabras los rasgos de ella: uno no sabe dónde está, y no sabe dónde está el Señor.

Las numerosas lecciones
Pero, ¿por qué Dios, que nos encamina hacia El, permite estas depresiones paralizantes, puesto que nada sucede sin que El lo sepa? La verdad es que algunas acontecen por falta nuestra. Porque hemos sido negligentes en rezar, en examinar nuestro caminar, en podar los sarmientos a fin de que la vida crezca en nosotros. Nuestras disposiciones profundas se fortifican por el ejercicio. Por falta de haber puesto en práctica nuestra fe y nuestro amor ellas se han debilitado. La "desolación" nos da un aviso.
En otros casos no ha habido falta de nuestra parte. La "desolación" ha podido propagarse a partir de una causa ignorada o independiente de nuestra voluntad. Y a menudo seremos llevados a tratar una depresión por medios físicos y psicológicos junto con medios espirituales. Pero esta ausencia de responsabilidad no hace sino agudizar el problema: ¿por qué esta "desolación"?
Observemos lo que resulta de la "desolación" cuando se quiere ser totalmente fiel. Esta observación aportará algún elemento de respuesta.
La "desolación espiritual" nos pone a prueba: prueba nuestro valer y hasta dónde podemos llegar en el amor y el servicio de Dios, cuando estamos privados del apoyo del ardor y de la alegría. Cuando la corriente nos lleva, no es necesario remar; pero cuando nos es contraria, hay que dar pruebas de energía. Los tiempos agitados tiran a romper sobre nuestra fidelidad a Dios. Nos obligan a reforzar la barca para no ceder. Nos urgen a dar prueba de fe pura, de amor desinteresado. Y por este crecimiento de nuestra fidelidad y de un don de sí más despojado, la "desolación" se vuelca en favor nuestro y a nuestra glorificación de Dios.
Ella nos enseña, en fin, no ya en los libros, sino por experiencia, que no es posible hacer surgir a nuestro arbitrio un muy vivo amor del Señor, un gozo verdaderamente espiritual: la "consolación" no está en nuestro poder. Así los tiempos amargos nos hacen comprender cómo los períodos vivificantes, felices, apacibles son más que todos los otros, tiempos de gracia. Ellos nos enseñan el verdadero sentido de la "consolación" que es un don de

4. CONDUCTA QUE SE DEBE TENER
¿Cómo comportarnos en las depresiones espirituales, y en los tiempos favorables, de modo que a través de los tiempos fuertes y débiles, montañas y valles, prosigamos nuestra marcha en la fe? ¿Cómo adecuar nuestros movimientos interiores para que nos dirijan del mejor modo hacia el Señor por orientación desde el interior hacia nuestro fin?

A través de la "desolación" continuar el camino
En la "desolación espiritual" hay que observar un primer punto: no hay que cambiar nada de lo que hacíamos antes que llegara la "depresión". Pero, ¡atención! Es bien evidente que si la depresión se injerta en una fatiga física habría que concederse más descanso; que si ella tomaba su fuente en una perturbación síquica caracterizada, sería necesario, según el consejo del médico, afrontar un cambio en el género de vida. Pero en condiciones físicas y síquicas normales, hay que mantener la ruta espiritual que no se había trazado de antemano. Es de sabiduría elemental. Porque antes de la depresión estábamos tranquilos, lúcidos, a tono con el Señor y, por consiguiente, en buenas condiciones para determinar nuestra línea de conducta. Ahora, en la perturbación, en la oscuridad, el desaliento, las condiciones son desfavorables para reconocer nuestro camino: los malos elementos manifiestan en nosotros su actividad; el sentido de lo real se esfuma, la mirada de la fe se enturbia. Si modificamos nuestra manera de actuar hay toda una nueva probabilidad para que la nueva decisión sea trunca e inadaptada. Luego: mantenerse con firmeza en las determinaciones anteriores, conformes a los deseos de Dios.

Tender a la calma, a la objetividad
Pero si bien no hay nada que cambiar en lo que hacíamos, es preciso que nosotros mismos nos cambiemos, o más bien, nuestro estado interior, tratando de reabsorber la desolación. ¿Cómo? Permanentemente apaciguarse tanto como nos sea posible; cultivar la calma, aun física, por los medios habituales; buscar la relajación del cuerpo y del alma, hasta en el tiempo de oración; sentado, sin decir otra palabra que se está ahí; abatido, que el Señor en su misterio lo sabe y basta. En la calma, apenas esbozada, mirar objetivamente lo que nos sucede, como se miraría el desarrollo de un film interior: somos nosotros todo esto, pero no lo esencial de nosotros mismos; hacer una constatación de los hechos: el Señor me deja ahí en el banco de la prueba y toda esta niebla en mí, este trastorno, aparentemente trágico, es en el fondo bastante vano, puesto que no llega a mi voluntad profunda. Conservar la perspectiva para no dejarse impresionar. ¡Feliz el que conserva el humor con respecto a sí mismo!

En la fe: Y, sobre todo, re-crear la confianza, pensando en las realidades sólidas de la Fe. Ciertamente que no sentimos ninguna relación con Dios, pero sabemos que la noche oculta su presencia. El nos permanece fiel. El que vino sabiendo que sería crucificado: "Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo". Sentidos o imperceptibles ¡qué importa! Su amor y su ayuda nos bastan. No solamente para salvarnos del mal, sino para permitirnos, a pesar de la flojedad, el trabajar todavía en hacerlo conocer.

Insistiendo en la oración
Para disipar nuestro estado de inquietud y de hastío, i ¿qué hacer aún? Hacer lo contrario de lo que él nos inspira: REZAR. En una tan abrumadora ausencia de Dios, estaríamos tentados de abandonar nuestra búsqueda a tientas. Al contrario, hay que insistir, como la viuda del Evangelio importuna al juez para obtener audiencia. "Llamen, llamen, y se les abrirá". Prolongar un minuto la oración más bien que ceder ante el deseo de acortarla.
La oración pone en movimiento nuestra fe y nuestro deseo de Dios. Tal vez nuestra inercia espiritual será removida con esto. En todo caso, nuestras fuerzas habrán aumentado para aguantar, esperando que vuelva el fervor. En la "desolación" estaríamos tentados de soltar la brida. Al contrario. Tenemos que EXAMINAR la situación para ponerle remedio: ¿Cómo me dejé llevar por el desaliento? ¿Conservo acaso la línea de conducta que me había propuesto anteriormente? ¿Cuáles son mis debilidades, ¿Qué puntos son obstáculo al regreso del vigor y de la alegría espirituales? ¡Oh Señor, envía tu Espíritu y la faz de la tierra será renovada! Volver regularmente al examen para quitar los obstáculos y reabrir el paso... En fin, sacudir nuestra pesadez espiritual con alguna entrega a los demás, con alguna renuncia ofrecida a nuestro Creador y Señor. Conocerlo a El, que no se deja vencer en liberalidad, sacrificándole algo que amamos, sólo para expresarle nuestra preferencia. Encontrar la justa medida de esta penitencia que reanime sin agobiar

Establecerse en la paciencia
A pesar de estos esfuerzos, puede ser que la "desolación" persista más de lo que quisiéramos. No caigamos por esto en un desaliento, que sería peor que lo primero. Repitámonos tranquilamente: ¡Paciencia! ya pasará. Nuestras inquietudes serán atenuadas con esto. ¡Paciencia!, las situaciones más desesperadas tienen una salida espiritual, todas se resuelven cerca de Dios. Pero esta escapada hacia Dios hay que descubrirla pacientemente. Porque Dios nos conduce por caminos de los que ni siquiera hubiéramos querido oír hablar, y que, desde el momento en que aceptamos pasar por ellos, resultan ser los verdaderos y únicos caminos de nuestra liberación. ¡Paciencia!, llega el tiempo cercano o lejano, en que el Señor nos dirá como a la muy amada del Cantar: "Levántate, amiga mía, y ven, porque el invierno ha pasado, la lluvia ha terminado, las flores han aparecido, el tiempo del cantar ha llegado y la voz de la tórtola se ha hecho oír en el país".

4. EN LA CONSOLACIÓN

Consolidar y prever: En el entusiasmo de la "consolación" no precipitarse a tomar resoluciones o a hacer promesas a Dios. Sino tomar su tiempo, examinar y, si es necesario, pedir consejo. En estos períodos de gracia constatar hasta qué punto la fe realmente vivida, nos transforma. Atentos a esta experiencia de la vida con Dios, habremos sido consolidados. Establezcamos recta y sólidamente nuestra vida espiritual, y para no ser sorprendidos en adelante, desprovistos, preveamos la conducta que habremos de tener cuando vengan los tiempos desolados. Reconocer los beneficios que Dios nos concede en este tiempo de abundancia, a fin de recordarlos en los días de escasez, como Israel en el desierto se acordaba de la salida de Egipto.

No gloriarse
Los períodos en que todo va bien, especialmente presentan el riesgo de enorgullecemos; nos atribuimos la facilidad que teníamos entonces. Podemos tener la tendencia a juzgarnos admirables y a creer que habíamos llegado a la perfección. Para poner las cosas en sus justas proporciones, nos basta recordar la triste figura que hacíamos cuando había que sufrir solos en las desolaciones precedentes. ¿Tenemos tendencia a gloriarnos? Hagamos un llamado a la humildad, viendo lo poco que podemos por nosotros mismos. ¿Tenemos tendencia, al contrario, a desesperar por nuestra mediocridad? Pensemos en lo que Dios ha puesto de bueno en nosotros, y en lo que nos ha dado a realizar por amor a los demás, y agradezcámosle sus dones. Así, rectificando las desviaciones por un movimiento contrario, a fin de quedarnos en el justo medio, aseguraremos el equilibrio de nuestra marcha.

Dos hitos en nuestra marcha
Dos hitos nos ayudarán a verificar la justeza de nuestra marcha en su conjunto: si la vida espiritual, a lo largo de los años no favorece en nosotros el SENTIDO DE LO REAL y el CRECIMIENTO DE NUESTRA LIBERTAD INTERIOR, está conducida equivocadamente. Porque es normal que en una vida más íntima con nuestro Creador y Señor las criaturas tomen más consistencia a nuestros ojos; que las personas y las cosas adquieran para nosotros como una densidad de existencia; es normal que el color de un follaje, el grano de una piedra, los rasgos de un rostro, la singularidad de cada persona nos lleguen a ser más significativos. Nada en esta percepción de lo real es incompatible con un desprendimiento radical. Si nuestra vida espiritual no guarda este contacto con lo real, pierde su equilibrio.
De igual modo, si la vida espiritual, en lugar de encaminarse hacia nuestra madurez, contribuyera a mantenernos en un infantilismo psicológico bajo una forma u otra, no contribuiría en el sentido de Dios. La larga y lenta búsqueda de Dios, debe ayudarnos normalmente a desasirnos de nuestros temores religiosos, y, tanto como se pueda, de nuestras trabas sicológicas. Haciéndonos poco a poco a semejanza de Dios, ella debe hacernos también progresivamente más verdaderos y más libres en medio de los hombres.

6. ALGUNAS APLICACIONES DEL DISCERNIMIENTO
Para discernir lo que significan nuestros movimientos espirituales, la primera condición es "darse cuenta de ellos" (captarlos). Acostumbrémonos a estar bastante atentos a la realidad, para sentir en la acción misma, si estamos espiritualmente "en forma", o bien tristes o deprimidos. Sea con ocasión de una moción interior más sensible, sea en algún momento del día, -el examen de la noche es uno de esos- detengámonos ante Dios, pidiéndole mejor penetrar nuestras disposiciones espirituales, mejor discernir las causas que los han hecho nacer. Sin repliegue sobre sí mismo, una mirada simple para actuar. Si no encontramos nada, inútilmente nos rompemos la cabeza; esperemos. Si vemos las raíces de nuestras fluctuaciones interiores, podremos responder mejor a las inclinaciones que nos vienen del Espíritu. En la "consolación" Dios nos atrae a El: nos anima a proseguir los pensamientos y los sentimientos que nos vivifican entonces. En la "desolación" El se abstiene, por así decir: no es su camino. Hay, pues, que volver hacia los pensamientos que están a lo opuesto de aquellos que nos hunden en la confusión.

Contrición y desaliento
Inútil sería hacer un desarrollo abstracto. Retomemos dos casos dados al comienzo de estas páginas y tratemos de resolverlos. Como consecuencia de mi pecado, tengo miedo a Dios. Pero más que nunca, y a pesar del deseo de reconciliación, no llego a encontrar el sentido del perdón. Estoy aplastado por mi indignidad sin poder volver a comenzar (sin lograr reponerme). ¿Es acaso una contrición que Dios imprime en mí, o una tentación de desaliento para impedirme vivir con Dios? ¿Qué responder?
La primera constatación que debe hacer este hombre es que, hundido, aplastado, impedido, no accede al sentimiento del perdón, a pesar de su deseo. Estos son caracteres de "desolación". Hay en el estado de este hombre muy buenos elementos: reza, siente su falta, tiene la intención de confesarse. Estos sentimientos van en el sentido del Señor. Pero otros elementos falsean el conjunto de su actitud espiritual: un temor de Dios, que, probablemente no procede tanto de su pecado, como de una reacción sicológica habitual. Aun es probable que su tendencia sicológica falsee el conjunto de sus relaciones con Dios. ¿Ha descubierto verdaderamente que Dios lo ama? Hay en su temor pertinaz una nota que concuerda mal con el amor que Dios nos ha manifestado en Cristo. Este temor corre el riesgo de hacerle exagerar sus faltas. Habría que ver. En todo caso debería abrirse vías espirituales más justas y descartar su tendencia psicológica, buscando pacientemente lo que ella oculta. Pero hay pocas probabilidades de que llegue a esto sin la ayuda de un verdadero diálogo espiritual.

Tristeza insólita
Acabo de pasar un día con mis amigos. Me mostré animoso, bromista, lleno de chispa. Y ahora, de regreso a casa, me siento vacío, asqueado. Nada me interesa; ¿por qué? ¿Efecto de la soledad o señal de que en mi actitud ante los demás había algo que no fuera correcto? (justo).
He aquí a este estudiante detenido por el hecho insólito de su tristeza. ¿Qué significa esta caída de ánimo? Como no se trata para él de hacer una búsqueda profana, puramente sicológica, que se ponga en presencia de Dios y le pida ser iluminado sobre sí mismo. Luego, que reflexione. Su alegría se desvanece en la soledad. Si hubiera sido justa, si hubiera sido un don de sí a los demás, sin mezcla, habría quedado algo: la satisfacción de haber dado gusto a sus amigos, el pensamiento de que quedan reconfortados por esta velada. De la alegría pasada quedaría un perfume. Y he aquí que no exhala sino tristeza.
Si su alegría hubiera sido pura de toda búsqueda de sí, la soledad le sería ahora un descanso. Tendría gusto en recordar. Le sería fácil agradecer a Dios por este día. Conservaría un deseo de vivir para los demás. Pero no tiene en la boca sino amargura.
Había, pues, en mi hilaridad una nota falsa. Pero, ¿cuál? En mi deseo de ser enteramente para los demás ¿no me reservé algo para mí?, ¿no forcé algunos rasgos para hacerme valer?, ¿no ha habido búsqueda de mí, sutil sin duda, pero real? Y ahora, solo, estoy triste, porque estoy privado de esta satisfacción mía. Frustrado por la admiración que esperaba, sin saberlo. El orgullo está en mí más vivo de lo que creía. Oración de humildad. Saber para no recomenzar.
La preocupación de una vida personal
Una tal preocupación de reconocer y de seguir las indicaciones de Dios, un tal afinamiento espiritual, suponen evidentemente que existen en nosotros el deseo de una vida personal, la voluntad de influir sobre los acontecimientos y de no dejarnos llevar a merced de las influencias y de las fantasías. Mientras tanto, nuestra personalidad se afianza en esta marcha clarividente y fiel. En los comienzos, en que debemos estar iniciándonos en este discernimiento y siempre en los casos difíciles, tendremos que pedir consejo a un guía espiritual, que pueda ilustrarnos sobre estos "movimientos del alma". Es, sobre todo, a la larga que este discernimiento llevará sus frutos. Con el tiempo, las observaciones se añaden unas a otras, se dibujan; aparecen constantes; las grandes líneas del comportamiento espiritual se perfilan. Así aprenderé a conocerme, a saber cómo llevarme, qué disposiciones espirituales cultivar para que todo en mí encuentre su equilibrio. Descubriré poco a poco una manera de ser y de actuar enteramente sencilla, pero precisa, para vivir mi fe.

7. PARA TOMAR UNA DECISIÓN

Ejercitarse en reconocer las indicaciones
¿Cómo pueden nuestras reacciones tonificantes o deprimentes, frente a una elección, iluminar nuestra decisión? Los "movimientos del alma" -a condición de saber leerlos- nos proporcionan indicaciones sobre lo que nos pone o no de acuerdo con Dios. Uno está, pues, llevado a preguntarse si el hecho de que una solución considerada delante de Dios nos vivifica, o al contrario, nos turba, permite escogerla o rechazarla. Después de haber respondido a esta pregunta, hablaremos de las cosas en que nos es posible aplicar solos este discernimiento, sin que esto excluya el hacernos controlar de tiempo en tiempo. En las decisiones que comprometen definitivamente la vida, como es la elección entre el matrimonio y el celibato consagrado, el sondeo de los tiempos fuertes y débiles de la vida espiritual puede aportar mucha luz, y a veces basta para resolver la interrogante. Pero este sondeo es prácticamente irrealizable sin la ayuda de un guía experimentado. Se debe, en efecto, volver a tomar el desarrollo de la vida, con sus altos y bajos, examinar los pensamientos y sentimientos que en esos períodos nos movían, descubrir por qué vías Dios nos ha llevado y finalmente -a través de nuestro temperamento-, nuestra capacidad, nuestro caminar espiritual, nuestras aspiraciones y reticencias, reconocer aquello para lo que Dios nos ha hecho. Un tal discernimiento supone indicaciones complementarias, más sutiles y más delicadas de manejar que las que hemos dado. Este trabajo hay que hacerlo en un retiro de orientación de vida. Para decidir sobre su vida, vale la pena tomar unos días de reflexión ante nuestro Dios y Señor. Otras decisiones, sin ser definitivas, pedirían también un tiempo de recogimiento: elección de una novia, orientación profesional, aceptación de una pesada responsabilidad... ¡Pero muchos no se preocupan de con¬siderarlas en presencia de Dios!
Fuera de estas decisiones mayores, queda una multitud de circunstancias en las cuales podemos iluminar nuestras decisiones por las reacciones espirituales que no dejan de provocar: "¿Debo entrar en este grupo? ¿Debo continuar haciendo alfabetización a pesar del trabajo de fin de año? ¿Cuál será la parte de nuestro presupuesto que entregaremos para tales y cuales obras? En semejantes casos, ¿puedo decidir únicamente según mi reacción espiritual de alegría, de paz o de turbación frente a estas diferentes soluciones? No, de ninguna manera. En primer lugar, puede ser que yo no experimente ninguna reacción ante las diversas posibilidades. O bien, los "movimientos" que experimentaré no serán suficientemente característicos como para sacar conclusiones. Y sobre todo, si no estoy acostumbrado a distinguir el aspecto psicológico y el carácter religioso de mis reacciones corro el riesgo de tomar mis impresiones por principios espirituales. Alguien preguntó al P. Lebretón: "Cuando paso ante una iglesia y estoy empujado a entrar, ¿qué debo hacer?". El padre respondió: "Ante todo, no haga nada. Vea primero si es razonable". Y bien, ¡sí! Más vale empezar por ver lo que es razonable. No razonable a los ojos de una prudencia un poco ramplona, sino a los ojos de la fe: habiendo pesado todo muy bien, ¿qué solución es prudente ante Dios?

Encontrar primero la solución razonable
¿Qué línea seguir para llegar a esta sabiduría que debe ser percibida ante Dios? Primero, señalar un tiempo de detención para recogerme en su presencia. Ver cuál es la elección precisa que tengo que hacer. Recordar que se trata, al fin y al cabo, de amar más al Dios vivo y de hacerlo descubrir a los demás. Para no imponer a Dios mis preferencias, esforzarme en no querer más una solución que otra, en tanto cuanto no haya visto la que conviene. Rogar a Dios desde el fondo de mí mismo para formar en mí una idea clara de las cosas y un deseo que responda al suyo. Me detendré más o menos en esta preparación según la importancia de la decisión.
Luego, si el asunto vale la pena, examinarlo en todas sus facetas, como el mismo Dios tiene cuidado de todo. Buscar cuáles son las ventajas y los inconvenientes de las diversas soluciones, en lo que toca al fondo de nuestra vida personal, nuestra relación con el Señor.
Para no quedar en lo vago, tomemos un ejemplo: se me ha propuesto una responsabilidad en un grupo apostólico, y ya estoy demasiado recargado: ¿qué hacer?, ¿aceptar o rehusar? Estudiar las dos hipótesis para iluminar las ventajas y los inconvenientes.
Si acepto, ¿lo soportaría mi salud? Total ¿cuántas reuniones tendré por semana?, ¿qué carga suplementaria? ¿Están en juego la familia, el trabajo profesional, el "deber de estado" para soportar las consecuencias? Tomado por la multiplicidad de las tareas, ¿conservaré bastante calma y equilibrio para rezar?... Por otra parte, aceptar es la línea de la generosidad, para ayudar a los demás a encontrar a Cristo. Pero si yo desempeño mal mis obligaciones, si yo pierdo el contacto con el Señor, ¿qué ganarán el Señor y los demás? Poner un poco de orden en mis reflexiones. Luego mirar con el mismo realismo la otra solución.
Si rehuso, ¿cuáles son las ventajas para mi familia y mis demás responsabilidades? ¿Qué inconvenientes evitados?... Por el contrario, este grupo apostólico, ¿va a quedar abandonado?
Reunir lo que es favorable y desfavorable a mi vida para Cristo en medio de los demás. Habiendo pesado bien las ventajas e inconvenientes en las dos hipótesis, mirar de qué lado se inclina la sabiduría, sin dejarme mover por impresiones. Hechas las cuentas ante Dios, ¿cuál es la solución más razonable? En el ejemplo citado, el militante laico juzgó irracional aceptar.

Ver si los movimientos espirituales confirman
Ver ahora cómo su esbozo de decisión se encuentra confirmado por sus "movimientos" espirituales, puesto que la pregunta la hacíamos al comienzo. Ante la proposición que se le había hecho, este laico temía no ser generoso. Temor sin consistencia, puesto que está dispuesto a aceptar, no queriendo más una solución que otra. Pero en estas perspectivas de la aceptación, permanecía inquieto, como ante una profunda disonancia: las cosas no se ponían en su lugar. La inquietud persistía, aun bajo la mirada de Dios. La aceptación no iba en el sentido de Dios.
El rechazo, al contrario, a pesar de una generosidad menor aparentemente, lo dejaba en paz frente a Dios y a sus responsabilidades. Más allá del disgusto que le causaba esta perspectiva del rechazo, se sentía de acuerdo con Dios. Luego, ahí no había falsa paz, la que hubiese ocultado una evasión. La solución razonable se encontraba, pues, confirmada por sus reacciones de "consolación-deso-lación". Era por eso más segura. Podía declinar sin temor la proposición que se le había hecho. Nadie hubiera tenido interés en que aceptase: ni él, ni Dios, ni los demás.
La manera de tomar una decisión que acabamos de esbozar, es aplicable en muchas circunstancias: ver primero lo que es razonable ante Dios; luego buscar la confirmación de la decisión entrevista, viendo de qué lado se hallan la paz y el vigor espirituales. Si la decisión, en lugar de ser confirmada, se encontrara objetada por el segundo tiempo, sería necesario reexaminar el problema: allí habría en alguna parte una falta de objetividad. En caso necesario, pedir consejo. En esta búsqueda, lo importante es desasirse de la sensibilidad y de las impresiones, ir más allá de las primeras aprensiones, para situarse en el plano religioso, como en los precedentes capítulos se ha tratado de indicar.
En los casos en que el tanteo de confirmación no da nada, porque estamos espiritualmente inertes, guardémonos de forzar los "movimientos del alma" para obtener luces de ellos a toda costa; éstas serían ilusorias. Tomemos, entonces, resueltamente la solución que ha sido percibida como más prudente. Ella corresponde a las luces que Dios nos da por el momento.
Cuando disponemos de algún tiempo, antes de una decisión importante, es bueno volver a cuestionarnos sobre ella en días diferentes. La retoma en diferentes momentos permite verificar lo que hay de efímero o de sólido en nuestras reacciones. Ellas salen decantadas y más seguras. Y sabemos que "la experiencia de las consolaciones y desolaciones" se revela provechosa, en la medida en que ella se ha hecho familiar


El carisma de discernimiento
Extracto de J. B. Scaramelli, Le Discernement des Esprits, París, 1910

El carisma de discernimiento consiste en un instinto o luz particular, que comunica el Espíritu Santo, para discernir con un recto juicio, o en sí mismo, o en otros, de qué origen provengan los movimientos interiores del alma. En este sentido escribe san Pablo: "El que se tiene por profeta o por hombre inspirado por el Espíritu, reconocerá que esto que les estoy escribiendo, es un mandato del Señor" (1 Cor 14, 37).
Ahora bien, este carisma no tiene por objeto discernir los espíritus que evidentemente son buenos o malos. Para esto no es necesario un carisma; basta el juicio recto de un cristiano instruido. El carisma tiene por objeto el discernimiento en los casos dudosos, cuando no es fácil entender si las inspiraciones vienen de un espíritu bueno o de un espíritu malo. Pondré algunos ejemplos: ¿Vendrán del buen o mal espíritu tales revelaciones, tales locuciones internas, tales visiones, tales doctrinas nuevas?
En el orden de la voluntad, ¿serán de Dios o de un mal espíritu tales impulsos a hacer cosas grandes y santas, pero llamativas y desacostumbradas?, ¿tales deseos de emprender cosas superiores a las propias fuerzas, aunque, según parece, fundadas en la confianza de la ayuda divina?, o bien, ¿tales inspiraciones de cambiar de estado de vida para emprender una vida que sería de mayor perfección?, ¿o tales deseos ardientes de la salvación de los prójimos que llevarían a resultados todavía inciertos?, ¿o tales sentimientos en la oración, que parecen santos...? Nos encontramos con mil cosas que tienen muy buena apariencia, pero que pueden nacer de un principio malo y terminar en un pésimo fin. El carisma del discernimiento viene en nuestra ayuda cuando se trata de casos semejantes. Y este carisma consiste en una luz especial o en un cierto sabor que hace sentir la diversidad entre lo que es de Dios y lo que no lo es.
Y aquí quiero advertir a las personas espirituales que, aunque sientan tal vez y les parezca estar seguras, por una cierta suavidad, de que es Dios quien obra en ellas, no dejen por eso de aconsejarse con nombres doctos, y especialmente con sus padres espirituales, y de guiarse en todo por su parecer; porque la seguridad que experimentan no es tal que no pueda estar sujeta a algún engaño.
Estos pensamientos pueden completarse con el libro de Jacques Custeau, s.j., El carisma de discernimiento, Ed. Paulinas, Santiago, Chile


Aplicaciones de las Reglas de San Ignacio

A modo de conclusiones o de aplicaciones en la vida diaria queremos presentar cinco esquemas relacionados con el discernimiento en la vida práctica. Estos son:

I. EN LA ORIENTACIÓN PRINCIPAL O ESTADO DE VIDA
Al elegir mi estado de vida, solamente hay una cosa realmente importante: buscar y hallar lo que Dios quiere que yo haga en esta decisión. Yo sé que su llamado es fiel; me ha creado para encontrar mi felicidad y mi salvación en su servicio.
Todas mis decisiones tienen que estar de acuerdo con esta Voluntad del Señor.
Es fácil que yo me olvide de esta finalidad de mi vida, como se olvidan muchas personas en circunstancias semejantes. Hay muchos, por ejemplo, que eligen el matrimonio, que es un medio, y solamente después procuran el servicio de Dios dentro del matrimonio; aunque este servicio debería haber sido lo primero, porque es el fin del hombre. Igualmente hay gente que elige una carrera por el dinero, o por el éxito apetecido; sólo después piensan en el servicio de Dios. Todas estas personas ponen a Dios y su Servicio en segundo lugar; y quieren que Dios los bendiga después de que ellos han buscado su propio gusto. En otras palabras, invierten el orden de las cosas: buscan primero un medio (como si fuera fin) y después procuran que Dios (que es el fin) intervenga como medio para ayudarlos en lo que han elegido.
Conviene, pues, recordar que todo mi objetivo en la vida debería ser buscar primero el servicio de Dios, en el estado de vida u orientación básica que El quiera para mí. Con este objetivo en vista puedo deliberar y buscar la luz del Señor para saber si El quiere que yo me case o no, si elijo una carrera u otra, si mi vida de apostolado será como laico o religioso o sacerdote. Todos estos son medios que he de elegir según la Voluntad de Dios.
Mi propósito debe ser: elegiré la orientación de mi vida como un medio para servir a Dios, y solamente por inspiración del Señor que me guía en su servicio y mi salvación.

II. EN LA DEDICACIÓN DE MIS ESFUERZOS
Muchas veces, en un retiro, me encuentro no con la elección de un estado de vida -porque ya lo tengo elegido- sino con la reforma o mejoramiento de la vida que ya llevo. Esto se puede aplicar a un estado como matrimonio, sacerdocio, vida religiosa, o también a una carrera o actividad profesional que ya ejerzo. La pregunta clave es: ¿Distribuyo bien mi tiempo y mis esfuerzos?
Para reformarme me servirán los pasos siguientes:

1. Principio fundamental
Debo recordar ante todo el principio fundamental, a saber: que mi existencia, estado de vida, trabajo, descanso, todo, ha de ser para servicio y alabanza de Dios.

2. Prioridades
En seguida conviene hacer una lista de las cosas en que debo emplear mi tiempo, ordenándolas bajo varios títulos:

a) Como ser humano: sueño, comida, recreación, visitas a familia y amigos.
b) Como cristiano: oración, lectura y formación, apostolado.
c) Como miembro de una familia (o comunidad religiosa): responsabilidades, convivencia.
d) Como trabajador: obligaciones de trabajo, formación, convivencia.
e) Como responsable, según mis posibilidades, del bien común, local y nacional.
Cada persona desarrolla una serie de actividades y goza (o padece) de obligaciones diversas. Es importante detallar en este cuadro, todas las actividades en que debería yo emplear mi tiempo, según lo siento en el Señor, y precisar cuánto tiempo debería dedicar a ellas en la semana, en el mes, o en algún tiempo del año. Probablemente no cabe todo en el tiempo de que dispongo.

3. Planificación
Después debo examinar mi lista para subrayar lo que merece primera prioridad, para reducir el tiempo dedicado a cosas menos importantes. Quizás haya que suprimir algunas de las cosas que hago ahora, o recortarlas, porque hay otras más importantes. En lo posible haré un plan de mi semana, mes, año, en que todo lo que es primera prioridad ocupe un espacio adecuado.

4. Ofrecimiento
Una vez hecho mi plan de reforma, la presentaré al Señor en la oración. Con mucha confianza le diré que no quiero ni busco cosa alguna, sino en todo y por todo, la mayor alabanza y gloria de El, mi Dios y Señor. Le pediré que me ilumine, pensando que tanto más aprovecharé en todo lo espiritual, cuanto más saliere de mi propio amor, querer e interés, para estar disponible a la voluntad de El. .Terminaré dando gracias porque cuento con la ayuda del Señor, y con un Padre nuestro.

III. EN EL USO DEL DINERO
En la reforma de vida consideramos principalmente el tiempo y dedicación que damos a nuestras diversas obligaciones. Pero otro punto muy importante es el uso del dinero. Se puede decir que este uso es un termómetro para medir mi amor. No daré nada a quien no amo; seré injusto en mi reparto si amo a alguna persona (quizás a mí mismo) con detrimento de otras personas con quienes tengo igual o mayor obligación. Si mi amor está ordenado, el uso del dinero también lo será; sea mucho o poco ese dinero.
Para reformarme, en este punto ayudarán los pasos siguientes:

1. Principio fundamental
El amor que me mueve en el reparto del dinero debe descender de arriba, del amor de Dios nuestro Señor, de forma que sienta primero en mí que el amor, más o menos, que tengo a las personas es por Dios, y que en la administración de mi dinero reluzca Dios. Como diría san Pablo: "Que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de los bienes de Dios; lo que se exige de los administradores es que sean fieles a su Señor" (1 Cor 4, 1-2).

2. Discernimiento
Para aplicar el principio fundamental a la práctica, es necesario el discernimiento: ¿qué normas generales quiere Dios que yo tenga en la distribución de mis ingresos? ¿Qué quiere Dios que yo haga en este caso particular?
Tres puntos de vista me ayudarán:

a) Me imaginaré a un hombre que nunca he visto ni conocido. Está él en un caso idéntico al mío, y pide mi consejo para acertar en lo que sea la mayor gloria de Dios y la mayor perfección de su alma. Yo encomiendo el asunto al Señor, pido sus luces y doy mi consejo. Luego guardaré esa misma regla y medida para mí.
b) Me imaginaré que estoy en mi lecho de muerte, recordando este mismo asunto que tengo entre manos. En este momento adoptaré la forma y medida que entonces querría haber tenido en mi administración.
c) Me imaginaré en el juicio universal, mirando el rostro del Señor. La regla que entonces querría haber tenido, la tomaré ahora.

3. Normas generales
A la luz del discernimiento anterior puedo adoptar algunas normas generales.
En el Antiguo Testamento los israelitas tenían varias normas prescritas por la ley: entregaban al Señor las primicias de las cosechas y del ganado; también entregaban el diezmo; cada tres años el diezmo se repartía a los levitas, forasteros, huérfanos y viudas (Deut 14, 22-28; 26, 1-15). Según una tradición, los padres de la Virgen María, san Joaquín y santa Ana, dividían sus entradas en tres partes: la primera para los pobres, la segunda para el servicio del Templo, la tercera la guardaban para el sustento de ellos mismos y el de su familia.
Si soy administrador de los bienes de Dios, debo también adoptar ciertas normas generales, determinando qué nivel de vida me pide Dios, cuántos han de ser los gastos de la familia, cuánto reservaré para mis gastos personales, qué proporción daré a los pobres, a la Iglesia, a obras apostólicas, etc. Si miro el ejemplo y las enseñanzas de Cristo, que es nuestro modelo, comprenderé que en cuanto a mis gastos personales y a los de mi familia, lo mejor y más seguro es restringir lo más posible.
Debo recordar que hay muchas maneras de dar una ayuda material a nuestros hermanos: p. ej., hay profesionales que dedican gran parte de su trabajo a ayudar gratuitamente a otros; a prestar sus servicios a una institución con ninguno o bajo salario; hay familias que adoptan a niños, aun cuando tienen hijos propios, etc.
Además de los bienes materiales que debo administrar a nombre del Señor, también tengo bienes intelectuales, artísticos, afectivos, espirituales. Todo esto y mi propia existencia son un don continuo de Dios.
El puede pedirme que participe a los demás, mucho de lo que El me confía.

4. Casos imprevistos
Aunque tengamos bien ordenados nuestros gastos habituales, hay casos imprevistos en que necesitamos acudir al Señor pidiendo luz e inspiración. El caso imprevisto puede ser una tentación para gastar más dinero en mi propia persona; la presión para hacer un buen negocio; el deseo de asegurarme mejor para el porvenir; o una necesidad urgente de otra persona.
En semejantes casos suelen suscitarse emociones fuertes en favor o en contra del gesto imprevisto. No debo dejarme arrastrar por el afecto, sino detenerme y remirar el principio fundamental y las ayudas del discernimiento (1-2 de este capítulo), y no daré un paso hasta que, conforme a ellas, haya sido eliminado ese afecto que me perturbaba la paz y la clara visión de la voluntad de Dios.
Los gastos ilícitos o no razonables serán fácilmente detectados y rechazados si sigo las normas anteriores. Pero aun en el caso evidente de gastos muy razonables puede haber ofuscación por efecto de apegos o repugnancias, sobre todo si estos gastos están relacionados conmigo mismo o con personas con quien tengo un lazo emocional. Por esto es necesario acostumbrarse a buscar la voluntad de Dios de la manera indicada.

5. Ofrecimiento y confirmación
Una vez trazadas mis normas generales, debo presentarlas al Señor en oración. Le pediré confirmación de mis propósitos con las luces y consolación que da el Señor cuando se ha procedido según su mayor servicio y alabanza. Los casos imprevistos no se pueden reglamentar de antemano, pero la experiencia de ellos puede enseñarnos mucho para los casos futuros y para el consejo a otras personas. Por esto, después de cada uno, conviene que yo examine cómo procedí: si -mal, para arrepentirme y enmendarme para adelante; y si bien, para dar gracias a Dios y proceder otra vez de la misma manera.


IV. EN LA MANERA DE ACTUAR
Dice san Pablo: "Ya sea que ustedes coman o beban o hagan cualquiera otra cosa, háganlo todo para gloria de Dios" (1 Cor 10, 31). "Miren con diligencia cómo deben andar, como sabios y no como necios, aprovechando bien el tiempo... Por lo tanto vivan comprendiendo cuál sea la voluntad del Señor" (Ef 5, 15-17). Hay muchas actividades ordinarias, algunas son necesidades diarias, otras son casi necesidades, que debo ordenar para ser seguidor de Cristo y reflejo de El para los demás. Me ayudarán las normas siguientes:

1. Reconocer el campo
Casi todas las actividades que desarrollo pueden caber en uno de los siguientes grupos:
a) actividades necesarias para vivir, como el comer y el dormir;
b) actividades de esparcimiento, como los deportes, el cine, la TV;
c) actividades de trabajo, como el estudio, el trabajo intelectual y manual.
No considero aquí el tiempo que debo dedicar a cada una, porque ese aspecto se consideró en el cap. 2, sino sobre todo, la manera de actuar.

2. Principios generales
Tomando como tema principal el ordenamiento en el comer, podemos discernir con los ojos de la fe, los principios generales que deben regirnos. Será fácil aplicar estos principios a otras clases de actividades.

a) Medios para un fin
La comida, el sueño, un honesto entretenimiento, etc., son actividades que tienen finalidades inmediatas (ej.: la conservación de las fuerzas físicas y mentales). Estas finalidades inmediatas son medios para que el hombre haga de toda su vida una alabanza y servicio de Dios, que incluye el amor y servicio del prójimo según la voluntad de Dios. Luego, ni la comida puede ser un fin en sí mismo, ni la salud física a que está subordinada. En la comida, sueño, recreación, etc., no debo querer ni buscar otra cosa que, en todo y por todo, la mayor alabanza y gloria de Dios nuestro Señor. Y bajando a lo concreto observaré que puedo desordenarme en la cantidad de comida y de sueño; quitar lo superfluo no es penitencia sino templanza digna del hombre y del cristiano.

b) El ejemplo de Cristo
En los ejercicios pedimos al Señor la gracia para imitar a Jesús en su vida de pobreza y sencillez. Si a esta luz examinamos nuestra vida, descubriremos quizás excesos en el cuidado de la salud (con excesivas preocupaciones y remedios), en la blandura y comodidades de la cama y de la ropa; en la calidad de la comida; en la cantidad de la bebida; del fumar; de los entretenimientos, etc.

c) El foco de la atención
En el comer, beber, mirar TV, hacer deportes, estudiar, crear artísticamente, oír música, etc., podemos concentrarnos tanto en esa actividad que perdemos el contacto con nuestros hermanos, y aun el dominio sobre nosotros mismos. Si nos dejamos arrastrar por el gusto sensual, o el entusiasmo competitivo, o la actividad intelectual, o cualquier otro interés absorbente, entonces nos deshumanizamos y descristianizamos. San Ignacio recomienda que al comer, pensemos en cómo comía Cristo, o pongamos la atención en una lectura, o en la conversación con los demás. Así no seremos absortos por el gusto ni tentados a comer o beber en forma voraz y descontrolada. Podemos aplicar estos consejos en forma adecuada a otras actividades

d) El justo medio
Conviene determinar de una manera experimental el justo medio que nos conviene a cada uno para no pecar por carta de más o por carta de menos. Por ejemplo, para la comida o el sueño, disminuiré durante algunos días lo que suelo comer o dormir. Muchas veces me imagino que la salud exige más de lo que realmente requiere. Por los resultados en lo físico y en lo espiritual el Señor me mostrará el justo medio que realmente me conviene para su mejor servicio y la ayuda del prójimo.

e) La solidaridad
Cristo nos llama a compartir con El sus penalidades en el establecimiento del Reino de Dios; nos predica las bienaventuranzas y nos recuerda que, a pesar de estar en su gloria, El sigue viviendo de una manera especial en los que sufren (Mt 25, 31-46). Estas realidades me inspirarán una sobriedad y sencillez de vida para diferenciarme menos, en cuanto es posible, de mis hermanos que tienen menos que yo, en comida, deportes, entretenimientos, etc. Como vivir más simplemente (dentro de mis compromisos) para poder dar más

3. Examen y corrección
La búsqueda del justo medio nos indicó la necesidad de examinarnos de una manera práctica y determinar ciertas normas razonables de una manera experimental. Otra manera de proceder (que también puede combinarse con la anterior) es la siguiente: después de comer o en otra hora en que ya no sienta apetito, determinaré la cantidad que comeré en la próxima comida. De este propósito no me apartaré por ningún apetito que tuviere. Más aún, para vencer completamente todo apetito desordenado y toda tentación del enemigo, si estoy tentado a comer más, comeré menos. Este método (de examen, propósito, combate valeroso contra la tentación) puede aplicarse a cualquier desorden de mis actividades, sea en cuanto a la cantidad, calidad o manera de actuar, pero debo recordar que la debilidad humana es muy grande y mis propias fuerzas pueden muy poco sin la gracia divina.
Más aún, frecuentemente, Dios permite que no podamos vencer un defecto nuestro, a pesar de todos nuestros esfuerzos, para que, convencidos de nuestra debilidad, recurramos a El y pongamos nuestra confianza en El.

V. EN LOS CASOS DUDOSOS
Hay casos en que es indudable nuestro deber de corregirnos y es evidente la voluntad de Dios. Por ejemplo, cuando hay algún hábito de pecado, o una manera defectuosa de proceder; en todos los casos los mandamientos de Dios o las normas de la Iglesia nos muestran el recto camino. No se trata de buscar la voluntad de Dios, porque está clara.
Hay otros casos en que no se trata de desorden ni de mandamientos, sino de un clarísimo llamado de Dios. Entonces Dios atrae y mueve la voluntad de tal manera que sin dudar, ni poder dudar, una persona conoce cuál es la voluntad de Dios. Como ejemplos de esta clara voluntad de Dios podemos recordar la llamada del Señor a san Mateo, o la vocación de san Pablo.
Pero hay muchos casos en que queremos decidir un asunto importante según la voluntad de Dios y esta voluntad no es clara. Estamos entonces en duda.
Hay varias maneras de salir de ella

1. Por discernimiento de varios espíritus
Confiamos en que Dios nos iluminará con sus inspiraciones si sinceramente buscamos su voluntad. En la práctica se toman los siguientes pasos:
a) Formulo claramente el problema que quiero resolver, ej.: vida en el mundo o sacerdocio.
b) Purifico mi intención mirando al Señor: El me ha creado para que toda mi vida sea un cumplimiento perfecto de su Voluntad, una alabanza de El en este mundo y en la eternidad. En esto está mi plena realización personal y mi felicidad. Todo otro problema debe resolverse a la luz de esta estupenda realidad.
c) Pido la inspiración del Señor: que El quiera hacerme sentir lo que sea su voluntad.
d) Recuerdo cómo me he sentido ante la perspectiva de una de las decisiones posibles. ¿He sentido aumento de fe, esperanza, caridad? ¿He sentido mayor ánimo y cercanía al Señor? O bien, ¿he sentido aridez, desolación, lejanía del Señor, frialdad, deseo de satisfacciones puramente mundanas? Por otro lado, ¿cómo me he sentido ante la perspectiva de la otra decisión posible? Ahora mismo, ¿cómo me siento cuando presento a Dios una u otra de las dos alternativas?
e) Después de la reflexión debo volver a orar, ofreciendo a Dios lo que me parece su voluntad, pero no tomando todavía una resolución. Debo discernir de nuevo en otras ocasiones privilegiadas: p. ej., después de la comunión, en otro rato de oración, etc., hasta que se haga más luz. Puedo conversar el punto con personas prudentes y examinar qué siento ante el Señor.
f) Si he logrado plena claridad por este método, hago mi resolución. Si no he logrado esa claridad, pruebo los métodos siguientes:

2. Pesando las ventajas y. desventajas
Se usa cuando el alma no es agitada de varios espíritus, y puede reflexionar racionalmente con tranquilidad. Aquí también hay varios pasos:
a) y b) Son los mismos del método anterior.
c) Pido al Señor que ilumine mi entendimiento para acertar; y que me mueva la voluntad para no querer sino lo que Dios quiera.
d) Tomaré una de las alternativas posibles, y consideraré todas las ventajas y las desventajas que resultan si me decido por esa alternativa. Después tomo en consideración la segunda alternativa. Se entiende "ventaja y desventaja" mirando el servicio de Dios, y no mi comodidad o preferencias personales.
e) Después de que he recorrido todos los aspectos y reflexionado, consideraré dónde se inclina más la razón. Elegiré una de las alternativas.
f) Volveré a la oración con mucho deseo de que mi vida entera sea para alabanza de Dios. Le presentaré al Señor mi elección y pediré su confirmación. Si siento que es según su voluntad, decido ponerla por obra.

3. Con imaginación creadora
Esta capacidad que me ha dado Dios, me permite proyectarme hacia el futuro, y ponerme en situaciones muy reales.
Hay varios pasos: a) y b) Como en los métodos anteriores.
c) Pediré que el Señor me haga experimentar en la situación imaginada lo que sea una indicación clara de su voluntad
d) Me imaginaré ante un hombre que no he conocido anteriormente. El me consulta lo que debe hacer en su caso, que resulta idéntico al mío. Veo en ese hombre una decisión generosa de cumplir perfectamente la voluntad de Dios; y siento deseo de ayudarle a acertar. Mi consejo para ese hombre puede ser un indicio de la voluntad de Dios para mí.
-Luego me imaginaré en el lecho de la muerte, recorriendo mentalmente toda mi vida. En ese momento, ¿qué querría que hubiese yo resuelto acerca del problema que llevo entre manos? Aquí puedo tener otro indicio de la voluntad de Dios.
-Luego me imaginaré en el día del juicio, ante, la mirada de Dios. ¿Qué me dice esa mirada acerca del problema que debo resolver ahora?
e) y f) Como en el método anterior.
A.M.G.D.