lunes, 25 de abril de 2011

FUNDAMENTOS DEL DIEZMO

FUNDAMENTOS DEL DIEZMO
LOS PADRES DE LA IGLESIA
¿QUIÉNES SOMOS ADMINISTRADORES DE LOS BIENES?
¿QUÉ ES LA AVARICIA?
¿CUÁL ES EL VERDADERO AYUNO?
¿CÓMO SE MANIFIESTA EL BIEN COMÚN?
¿CÓMO ENTENDER LOS BIENES?
NECESIDAD DE LA CARIDAD
¿CÓMO COMUNICAR LOS BIENES?

INTRODUCCION
¿Quiénes son los Padres de la Iglesia?
Con la expresión Padres de la Iglesia se entiende, en sentido estricto, a aquellos autores cristianos antiguos, anteriores al año 750 según una fecha convencional pero que tiene su razón de ser, que poseen además ortodoxia de doctrina, santidad de vida y la aprobación de la Iglesia. Se aplica en cambio el nombre de escritores eclesiásticos a los que carecen de algunas de las tres últimas características; no por eso dejan de interesarnos, pues a menudo nos ayudan a entender no sólo la ocasión sino aun el mismo alcance de las afirmaciones ortodoxas de la época.

Ellos ahora nos vienen a iluminar sobre el sentido de la caridad, del ayuno, del bien común, de la avaricia y de la comunicación de los bienes, entenderlos correctamente nos permitirá ordenar muchos aspectos de nuestra vida al tener una recta visión sobre que es lo el Señor pide a cada uno de sus hijos.
Como se puede ver, la antigüedad es una característica común a unos y a otros, y es tanto más importante cuanto mayor sea, pues a causa de ella son testimonios de la fe y de la Tradición en aquellos primeros siglos en que se fija el dogma y nace la teología. Cosa que ocurre, en buena parte, gracias a su actividad; y, de manera especial, gracias a la de los Padres de la Iglesia en sentido estricto, que precisamente por eso, reciben este nombre.

El valor del legado de los Padres y su significado para la Iglesia ha sido expresado felizmente por el Papa Juan Pablo II con estas palabras:

«Padres de la Iglesia se llaman con toda razón aquellos santos que con la fuerza de la fe, con la profundidad y riqueza de sus enseñanzas la engendraron y formaron en el transcurso de los primeros siglos. Son de verdad 'Padres' de la Iglesia, porque la Iglesia, a través del Evangelio, recibió de ellos la vida. Y son también sus constructores, ya que por ellos - sobre el único fundamento puesto por los Apóstoles, es decir, sobre Cristo- fue edificada la Iglesia de Dios en sus estructuras primordiales. La Iglesia vive todavía hoy con la vida recibida de esos Padres; y hoy sigue edificándose todavía sobre las estructuras formadas por esos constructores, ya que por ellos -sobre el único fundamento puesto por los Apóstoles, es decir, sobre Cristo- fue edificada la Iglesia de Dios en sus estructuras primordiales. La Iglesia vive todavía hoy con la vida recibida de esos Padres; y hoy sigue edificándose todavía sobre las estructuras formadas por esos constructores, entre los goces y penas de su caminar y de su trabajo cotidiano. Fueron, por tanto, sus Padres y lo siguen siendo siempre; por ellos constituyen, en efecto, una estructura estable de la iglesia y cumplen una función perenne en pro de la Iglesia, a lo largo de todos los siglos. De ahí que todo anuncio del Evangelio y magisterio sucesivo deba adecuarse a su anuncio y magisterio si quiere ser auténtico; todo carisma y todo ministerio debe fluir de la fuente vital de su paternidad; y, por último, toda piedra nueva, añadida al edificio santo que aumenta y se amplifica cada día, debe colocarse en las estructuras que ellos construyeron y enlazarse y soldarse con esas estructuras. Guiada por esa certidumbre, la Iglesia nunca deja de volver sobre los escritos de esos Padres -llenos de sabiduría y perenne juventud- y de renovar continuamente su recuerdo. De ahí que, a lo largo del año litúrgico, encontramos siempre, con gran gozo, a nuestros Padres y siempre nos sintamos confirmados en la fe y animados en la esperanza»
(Carta apostólica Patres Ecclesiae, con ocasión del XVI centenario de la muerte de San Basilio, edición castellana del «Osservatore Romano», 27-I-1980).


Ellos ahora nos vienen a iluminar sobre el sentido de la caridad, del ayuno, del bien común, de la avaricia y de la comunicación de los bienes, entenderlos correctamente nos permitirá ordenar muchos aspectos de nuestra vida al tener una recta visión sobre que es lo el Señor pide a cada uno de sus hijos.


Eres administrador de lo que tienes
Entiende, hombre, quién te ha dado lo que tienes, acuérdate de quién eres, qué administras, de quién has recibido, por qué has sido preferido a otros. Has sido hecho servidor de Dios, administrador de los que son, como tú, siervos de Dios; no te imagines que todo ha sido preparado exclusivamente para tu vientre. Piensa que lo que tienes entre manos es cosa ajena. Te alegra por un tiempo, luego se te escurre y desaparece; pero de todo se te pedirá estrecha cuenta (S. Basilio, H. Destruam 2).

No seamos malos administradores
No seamos, amigos y hermanos míos, en manera alguna malos administradores de lo que nos ha sido dado, no sea que hayamos de oír a Pedro que nos dice: «Avergonzaos los que retenéis lo ajeno; imitad la equidad de Dios y no habrá ningún pobre» (Ex apost. const. Clementis) (S. Gregorio Nacianceno, D. 14 amor pobres 24).

Somos administradores de lo ajeno
Que cada uno de vosotros se dé cuenta de que es administrador de lo ajeno; que cada uno arroje de su alma toda soberbia de señorío y propiedad, y tome más bien la actitud de humildad y cautela que conviene al que es súbdito y administrador. Como quien a cada momento está esperando la llegada del amo, escribe con la cuenta que te justifique. Eres inquilino, y sólo por poco tiempo se te ha concedido el uso de lo que tienes confiado (S. Atanasio, H. Mayordomo inicuo).

Eres administrador de lo que pertenece a Dios
(...) Porque aun cuando se trate de herencia paterna, aun así eres administrador de cuanto tienes, aun así pertenece todo a Dios (S. Juan Crisóstomo, Mt h. 77, 4).

¿QUÉ ES LA AVARICIA?

La avaricia esclaviza
Terrible cosa es, terrible la avaricia, que embota Ojos y Oídos Y hace a sus víctimas más fieros que una fiera. La avaricia no deja Pensar e,1 la conciencia ni en la amistad ni en la salvación de la propia alma; de todo aparta de un golpe y, como una dura tirana, hace esclavos Suyos a quienes se dejan prender por ella (S. Juan Crisóstomo Jo h. 65, 3)

La avaricia no es sólo la concupiscencia de lo ajeno
La avaricia no consiste sólo en la concupiscencia de lo ajeno. Lo que parece que es nuestro, es ajeno, pues nada es nuestro, porque todas las cosas son de Dios, a quien pertenecemos también nosotros mismos. Si sufrimos alguna pérdida y la llevamos con impaciencia, doliéndonos de perder lo que no es nuestro, damos a entender que no estamos libres aún de la avaricia. Amamos lo ajeno, cuando soportamos difícilmente la pérdida de lo ajeno. Quien se deja llevar por la impaciencia, anteponiendo los bienes terrenos a los celestiales, peca directamente contra Dios, pues aniquila el espíritu que recibió de Dios en atención a los bienes de este siglo. Así, pues, renunciemos con buen ánimo a las cosas de este mundo y busquemos las celestiales. Aunque todos los bienes de este siglo perezcan, poco importa si se incrementa nuestra paciencia. Si alguno lleva mal el verse privado por el hurto, la violencia o incluso la pereza de una pequeña parte de lo que posee, ¿se puede esperar que se desprenda de parte de sus bienes para hacer limosnas? (Tertuliano Sobre paciencia 7).

Hay que huir de la avaricia
Debes huir de la avaricia, no sólo no codiciando los bienes ajenos (lo cual hasta lo prohiben las leyes civiles), Sino incluso 110 reservando J~ riquezas que posees, que no son propiamente tuyas. «Si en lo ajeno -dice- no fuisteis fieles, lo que es vuestro, ¿quién os lo entregará? (L 16, 21). El oro y la plata son ajenos para nosotros porque nuestra herencia es espiritual. En otro lugar sagrado se dice: «La redención del alma del varón son sus propias riquezas» (Pr 13, 8). Y también: «Nadie puede servir a dos señores, porque o odiará a uno y al otro amará, o aguantará a uno y al otro despreciará» (Mt 6, 24) (S. Jerónimo, ep. 22, 31).


Abunde tu ayuno con limosna
Abunden los ayunos de los cristianos en la distribución de las limosnas y en el cuidado de los pobres, y lo que cada uno quita a goces lo emplee en los enfermos e indigentes. Háganse buenas obras para que todos con una sola boca bendigan a Dios y quien dé alguna parte de sus riquezas entienda que es ministro de la misericordia divina que puso la parte del pobre en la mano del liberal. Los pecados que lavan el bautismo de agua o las lágrimas de penitencia también son borrados por las limosnas, según dice la Escritura: «Como el agua extingue el fuego, así la limosna borra los pecados» (Si 3, 30) (S. León Magno, se. 49, 6).

No sirve para el cielo
Yo sé de muchos que ayunan, hacen oración, gimen y suspiran, practican toda piedad que no suponga gasto, pero que no sueltan un óbolo para los necesitados. ¿De qué les aprovecha toda esa piedad? ¡No se les admitirá en el reino de los cielos! (S. Basilio, H. contra ricos 3).


Búsqueda del bien común y semejanza divina
(...) cuando establece sus leyes acerca de la limosna y humanidad y de la misericordia de que hemos de estar animados, nos pone delante un galardón muy superior al reino mismo de los cielos: «Para que seáis -dice- semejantes a vuestro Padre del cielo» (Mt 5, 45). Así, las leyes que señaladamente hacen a los hombres semejantes a Dios, en cuanto cabe que los hombres se asemejen a Dios, son las que miran al provecho y bien común. Y queriendo Cristo dar a entender eso mismo, decía: «Porque Él hace salir su sol sobre los malos y buenos, y llueve sobre justos e injustos» (Mt 5, 45). Así vosotros, empleando según vuestras fuerzas lo que tenéis en común provecho, imitad al que distribuye sus bienes por igual a todos (S. Juan Crisóstomo, Sobre la fe h. 1, 7).

Vivir es sobre todo servir al bien común
En lo terreno, nadie vive para sí solo. El artesano, el soldado, el labrador, el comerciante, todos sin excepción, contribuyen al bien común y al provecho del prójimo. Pues con mayor razón ha de hacerse así en lo espiritual. Porque esto es sobre todo vivir. El que sólo vive para si y desprecia a todos los demás, es un ser inútil, no es hombre, no pertenece a nuestro linaje (S. Juan Crisóstomo, Mt h. 77, 6).

El que busca el bien común no daña su bien
«Pues qué -me dices-, ¿voy a descuidar mis asuntos para atender los ajenos?» No, no es posible que quien atiende a lo ajeno descuide lo propio. El que busca el interés de los demás, a nadie causa pena, a todos compadece y ayuda según sus fuerzas; a nadie le quita nada, ni le defrauda, ni le roba, ni le levanta falso testimonio; se aparta de toda maldad y se abraza a toda virtud; ruega por sus enemigos y hace bien a quienes buscan su mal; a nadie injuria, a nadie maldice, aun cuando a él de mil maneras se le maldiga, sino que repite las palabras del apóstol: «Quién está enfermo y yo no me pongo enfermo? ¿Quién se escandaliza y yo no me abraso?» En cambio de buscar nuestro interés, no se sigue necesariamente el interés de los demás (S. Juan Crisóstomo, Mt h. 77, 6).


Bien que hace bueno y bien para hacer el bien
Hay un bien que hace bueno y un bien con el que puedes hacer bien. El bien que te hace bueno es Dios, porque no puede hacer bueno al hombre a no ser Aquel que es la misma bondad. Luego, para ser bueno, invoca a Dios. Pero hay otro bien con el que puedes hacer bien; es decir, todo lo que tuvieres. El oro y la plata son bienes que no te pueden hacer bueno, pero con los que puedes hacer el bien. Tienes oro, tienes plata y apeteces oro y apeteces plata. Tienes y deseas más; estás hinchado y aún tienes sed. Esto es enfermedad, no opulencia (S. Agustín, se. 61, n. 3).

Bienes que concede Dios al hombre con la condición de usarlos rectamente
Dios, sapientísimo creador y justísimo ordenador de todas las naturalezas, que concedió al hombre la máxima dignidad entre los seres de la tierra, le dio ciertos bienes convenientes a esta vida; es decir, la paz temporal según la medida de la vida mortal para su conservación, incolumidad y sociabilidad. Le concedió también todas las cosas necesarias para conservar y recuperar esta paz, como lo que es apto y conveniente para los sentidos, la luz, la noche, las auras respirables, las aguas potables, y todo lo que es apto para alimentar, vestir, curar y adornar el cuerpo. Todo eso nos lo concedió con una condición justísima: que el mortal que usara rectamente de tales bienes, ajustándose a la paz de los mortales, recibiría bienes mayores y mejores, a saber, la misma paz inmortal y la gloria y el honor conveniente a ella, de gozar a Dios en la vida eterna y al prójimo en Dios. Pero quien use mal no recibirá aquellos bienes y perderá éstos (S. Agustín, Ciudad de Dios 19, 13, 2).

Su fin
Obraremos mucho mejor y con mayor seguridad si entendemos que Dios creó todas las cosas y las puso en este mundo para que las usaran los hombres, a fin de que sirvieran de prueba de su virtud, de tal modo que la libertad de su uso aumentará el mérito de privarse de ellas. ¿No vemos cómo el padre de familia sabio deja de propósito cierta libertad a sus siervos en la administración de sus bienes para experimentar si saben usar de esta libertad con probidad y modestia? (Tertuliano, Ornato mujeres 2, 10).
No se nos han entregado los bienes terrenos para nuestro uso, de modo que sólo nos hayan de servir para la saciedad y voluptuosidad de los sentidos camales; de otra manera no nos distinguríamos en nada de los animales ni de las bestias, que no saben mirar por las necesidades ajenas y únicamente saben tener cuidado de ellos y de sus crías (S. León Magno, se. 20, 2).

Todos estamos llamados a la generosidad
Cumplamos también nosotros lo que ordenó Pablo (lCo 16, 2):«Cada domingo ponga cada uno aparte en su casa el dinero que destina al Señor. Esto ha de ser para nosotros ley y costumbre inviolable, con lo que no necesitaremos en adelante que se nos exhorte ni aconseje (...). Y ya que dijo el Apóstol: «El primer día de la semana», añadió: «Cada uno de vosotros». No habló el Apóstol solamente de los ricos, sino también de los pobres; no sólo con los señores, sino también con los esclavos; no solamente con los hombres, sino también con las mujeres. Nadie queda exento de este sacro servicio, nadie excluido de este negocio, todos han de contribuir (..). Persuadámonos y hagámoslo así también nosotros. Haya en vuestras casas, a par del dinero particular, un dinero sagrado puesto aparte, que será una salvaguardia del otro. Si el dinero de alguien se deposita en los tesoros imperiales, goza por este mero hecho de gran seguridad; por modo semejante, si en tu casa depositas el dinero de los pobres que reúnas cada domingo, el uno será seguridad del otro (...) . De este modo, pues, depositado allí el dinero sagrado de los pobres, la casa de cada uno ha de convertirse en una iglesia. Y así, los cepillos que aquí hay son símbolo de los de vuestras casas. El lugar en que se guarda el dinero de los pobres es inaccesible a los demonios; y, reunido como está para la limosna ese dinero protege las casas mejor que escudo y lanza, mejor que las armas, la fuerza corporal y un numeroso ejército (S. Juan Crisóstomo, Sobre la limosna, h. 1, 3 y 6).

NECESIDAD DE LA CARIDAD


La caridad y la buena voluntad
¡No tiene límite el bien que hace la caridad! Si posee bienes exteriores, da de los que tiene; en caso contrario, muestra buena voluntad y si puede, aconseja y ayuda, y si, finalmente, no puede aconsejar ni ayudar, expresa su buen deseo y ora por el atribulado, y, sin duda, Dios oye antes esta oración que la del que ofrece pan. Tiene siempre algo que dar aquel cuyo pecho está henchido de caridad. La caridad misma no es otra cosa que la buena voluntad. Dios no te exige más que lo que hay dentro de ti. No puede faltar la buena voluntad. Si no tienes buena voluntad, aunque te sobre el dinero no lo das al pobre. Si tienen buena voluntad, los mismos pobres pueden ayudarse y hacerse bien recíprocamente. Considera cómo el ciego es guiado por el vidente. Este no tiene dinero para dar al necesitado, pero presta sus ojos al que no los tiene. ¿Y esto por qué, sino porque posee interiormente la buena voluntad, el tesoro de los pobres? En este tesoro se encuentra el descanso dulcísimo y la verdadera seguridad. No lo puede robar el ladrón ni ser perdido en un naufragio. «El justo, por consiguiente, se compadece y presta» (Sal 36, 21) (S. Agustín, Sal 36, n. 13).

Siervo por la caridad, libre por la verdad
«Servid al Señor con alegría» (Sal 99, 2). Libre es la esclavitud del Señor; libre la servidumbre, a la cual nos sujeta la caridad, no la necesidad. «Vosotros, hermanos -dice el Apóstol-, habéis sido llamados a libertad; pero no sea la libertad pretexto para servir a la carne, antes servios recíprocamente por caridad de espíritu» (Ga 5, 13). Siervo te haga la caridad, para que libre te haga la verdad. «Si permanecieréis en mi espíritu -dice el Señor-, seréis verdaderos discípulos míos y conocéreis la verdad y la verdad os hará libres» (Jn 8, 3 1-2). Eres a la vez siervo y libre: esclavo, porque has sido creado; libre, porque eres amado por Dios, que te ha hecho, y, en consecuencia, también libre, porque amas a Dios, que te ha creado (S. Agustín, Sal 99, n. 7).

La caridad fundamento del bien
La caridad todo lo tolera (l Co 13, 7) y no quebranta la unidad, de la que ella misma es su más fuerte vínculo. También el siervo del Evangelio recibió un talento, por el que se significa todo don de Dios; sin embargo, dice el Evangelio: «Al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará aun lo que tiene» (Mt 25, 29). No puede ser quitado lo que no se tiene, pero al siervo le falta algo y con razón se le quitó lo que tenía; no tenía la caridad para usar bien, de modo que se le quitó todo lo demás, porque sin la caridad nada aprovecha (S. Agustín, A Simpliciano 2, 10).

Las obras de caridad
Amadísimos, nadie se jacte de algunos méritos de su buena vida si le faltan las obras de caridad, ni se crea seguro de la pureza de su cuerpo quien no se limpia con la purificación de la limosna. Las limosnas borran los pecados y destruyen la muerte, pues extinguen la pena del fuego eterno. Quien esté vacío de sus frutos será extraño a la indulgencia del que ha de juzgar, según dice Salomón: «Quien se tapa los oídos para oír al débil, él mismo invocará al Señor y no hallará quien le escuche» (Pr 21, 13). De aquí que también Tobías inculcará a su hijo la piedad. «De tu hacienda -dice- haz limosna, y no apartes tu rostro del pobre; de este modo sucederá que Dios no apartará su rostro de ti» (Tb 4, 7). Esta virtud hace que todas las demás sean útiles y también la misma fe, por la cual vive el justo (Ha 2,2; Rm 1, 17, Ga 3, 11), la cual sin obras está muerta (St 2, 26), es vivificada por su unión, Por que así como la razón de las obras está en la fe, la fortaleza de la fe se halla en las obras. «Así, pues -como dice el Apóstol-, hagamos bien a todos, especialmente a los domésticos de la fe» (Ga 6, 10). «No nos cansemos de hacer el bien: a su tiempo recibiremos la recompensa» (Ibíd. 9) (S. León Magno, se. 10, 2).


No encojas la mano para dar
No seas de los que extienden la mano para recibir y la encogen para dar (Didaché 4, 5).
Es rico el que da
«Hay quienes, al sembrar, recogen más» (Pr 11, 24): aquellos de quienes se escribe: «Derramó, dió a los pobres, su justicia permanece para siempre» (Sal 111, 9). De suerte que no es rico el que posee y guarda,
sino el que da; y este dar, no el poseer, hace al hombre feliz. Ahora bien, fruto del alma es esa prontitud en dar. Luego en el alma está el ser rico (Clemente de Alejandría, Pedagogo 3, 6).
Se condena al que no da de los suyo
¡Qué horror, qué sudor y tinieblas no te rodearán cuando oigas la otra sentencia de condenación: «Apartaos de mí, malditos, a las tinieblas exteriores, que están preparadas para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me distéis de comer, tuve sed y no me distéis de beber, estaba desnudo y no me vestistéis» (Mt 25, 41). No se acusa ahí al ladrón, sino que se condena al que no quiere dar de lo suyo (S. Basilio, H. Destruam 8).

La limosna, don y préstamo
¿Cuál es el consejo del Señor? «Prestad a quienes no tenéis esperanza que os devuelvan lo prestado» (Lc 6, 34). ¿Y qué préstamo es ése -me decís-, al que no va junta la esperanza de pago?» Entiende el sentido del dicho del Señor y admirarás la bondad del que da esa ley. Cuando das al pobre por amor del Señor, una misma cosa es el don y el préstamo. Don, primeramente, porque no hay esperanza de recibir nada a cambio; préstamo, también, por el gran galardón de parte del Señor, que te pagará por el pobre, y por una nonada, recibida por manos de éste, te devolverá grandes sumas (S. Basilio, 11. contra usureros 5).

miércoles, 13 de abril de 2011

DIA DEL HERMANO


5 DE SETIEMBRE DIA DEL HERMANO

UN HOMENAJE A LA MADRE TERESA DE CALCUTA

SE TRATA DE VIVIR ESE DIA

COMO ELLA LO HIZO DURANTE SU VIDA

SUMATE...

 ¿VOS COMO TE SUMARIAS?

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ARCHIVO DE NUESTRAS FOTOS

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FOTOS DE LAS ACTIVIDADES
DE LA PARRQUIA EL SALVADOR
DESDE EL AÑO 2004

TEMAS FORMATIVOS

SICOLOGIA Y ESPIRITUALIDAD






PARA MOMENTOS ESPECIALES DE TU VIDA

NUESTRO TEMPLO PARROQUIAL



Alvarez Condarco 810 - San Miguel de Tucumán
Barrio Obispo Piedrabuena

Misa de Martes a Domingo a hs 20


Te invitamos a participar de este encuentro personal con Jesús Eucaristía los dias
Sábados: ADORACION EUCARISTICA al terminar la MISA 


TEMPLO DE ADORACION PERPETUA SAN MIGUEL ARCANGEL
SUMATE PARA ESTAR CON JESUS UNA HORA A LA SEMANA



BEATO JUAN PABLO II 
Y PADRE MIGUEL ALDERETE GARRIDO
ROMA 1995

 BEATO JUAN PABLO II INTERCEDE POR NOSOTROS LOS SACERDOTES

ORAMOS PARA TI


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